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¿Realmente es proteccionismo?


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J. A. SÁEZ CALVO

Durante las últimas décadas, el comercio internacional ha experimentado un crecimiento significativo, impulsado principalmente por la reducción de barreras arancelarias promovidas desde la creación del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en 1947. El GATT, continuado posteriormente por la Organización Mundial del Comercio (OMC), ha facilitado el desarrollo económico global mediante una reducción progresiva de aranceles, fomentando una integración económica más profunda entre las naciones.

Un arancel no deja de ser un impuesto implementado por los gobiernos sobre bienes importados. Incrementa artificialmente los precios de productos extranjeros, proporcionando una ventaja temporal a las empresas locales. Aunque esta protección puede beneficiar transitoriamente a sectores específicos, históricamente los aranceles han generado ineficiencias al impedir la competencia efectiva, reduciendo la especialización productiva y aumentando costes tanto para productores como para consumidores.

La reducción histórica de aranceles ha resultado claramente beneficiosa, aumentando el comercio internacional, favoreciendo la especialización económica global y proporcionando a los consumidores acceso a bienes más diversos y asequibles. Sin embargo, esta apertura también ha presentado desafíos internos significativos en numerosos países, entre ellos Estados Unidos.

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia, Estados Unidos adopta una posición radicalmente diferente hacia el comercio internacional, promoviendo políticas proteccionistas que buscan, teóricamente, fortalecer la economía doméstica, proteger empleos nacionales y reducir el déficit comercial estadounidense, también en respuesta a un elevado endeudamiento interno. Estas medidas también reflejan el sentir de una parte considerable de la población estadounidense, lo cual ha llevado a la aplicación agresiva e imprevisible de nuevos aranceles.

Estas decisiones han provocado consecuencias inmediatas negativas en la economía global: volatilidad en los mercados financieros, depreciación significativa del dólar frente a monedas fuertes y aumento considerable en activos refugio, como el oro. Según organizaciones independientes como la Tax Foundation, los aranceles podrían suponer un coste anual adicional superior a 2.000 dólares para los hogares estadounidenses.

Desde una perspectiva técnica más amplia, esta estrategia genera profundas incertidumbres sobre sus efectos a largo plazo. A corto plazo es indiscutible el daño causado a las cadenas globales de suministro y el aumento de la incertidumbre económica, lo que podría conducir a una recesión global. El supuesto objetivo de fomentar la reindustrialización mediante aranceles tampoco parece cumplirse, ya que la protección artificial no garantiza competitividad ni eficiencia a largo plazo. Además, es un mito creer que la inflación generada por estos aranceles ayudará al pago de la deuda interna estadounidense, que sigue creciendo de forma alarmante.

Respecto a la posición europea y española, el impacto podría ser considerable, especialmente en sectores clave como el automovilístico, agroalimentario y tecnológico, debido a reducciones significativas en exportaciones hacia Estados Unidos. Europa podría reaccionar imponiendo aranceles compensatorios, desencadenando una peligrosa espiral proteccionista que deterioraría aún más el comercio global. España, en particular, con su fuerte dependencia del comercio exterior en sectores industriales y agrícolas, podría verse especialmente afectada en su balanza comercial. La búsqueda de nuevos mercados tampoco es fácil, requiere de conocimiento profundo de la nueva área de negocio, de trabajo, tiempo de adaptación legal y establecimiento comercial.

Así mismo, Taiwán, país clave en el suministro global de tecnología avanzada, también podría verse afectado negativamente, perjudicando indirectamente la estrategia geopolítica de EE.UU. frente a China. A su vez, China podría profundizar en represalias comerciales o ampliar su proyecto “Nueva Ruta de la Seda” para fortalecer su posición global.

Puede que estemos ante una estrategia más de presión, que el presidente norteamericano aplica como si estuviera negociando en un ambiente empresarial, sin querer darse cuenta de que está jugando unas cartas de incierto desenlace y donde hay múltiples factores geopolíticos y económicos a considerar.

Finalmente, el proteccionismo extremo representa un castigo directo al consumidor y a las empresas al funcionar como un impuesto indirecto. Impide acceder a productos más baratos y tecnológicamente avanzados que deberían determinarse en un mercado libre y abierto. A largo plazo, esta práctica puede llevar a una economía primitiva y menos eficiente, cuestionando si esa política realmente protege o simplemente deteriora aún más el sistema económico global.

*J. A. Sáez Calvo, Ingeniero Industrial