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La Trump-a de Tucídides


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J. A. SÁEZ



Desde que Tucídides describiera el conflicto entre Atenas y Esparta, su advertencia sobre las tensiones inevitables entre una potencia emergente y otra establecida sigue vigente. Hoy, Estados Unidos y China protagonizan este drama geoestratégico, con Donald Trump como catalizador en una pugna aún incierta.

El actual presidente norteamericano, frecuentemente calificado como populista e impredecible, ha mostrado una notable habilidad para reconfigurar el tablero global. Su estilo, mezcla de diplomacia disruptiva, mensajes provocadores y guerras comerciales, intensifica las fricciones entre Washington y Pekín. Esta “Trump-a” redefine percepciones globales sobre poder e influencia, generando una incertidumbre persistente incluso más allá de su mandato.

El concepto de "Trampa de Tucídides", popularizado por Graham Allison en "Destined for War", sostiene que, en 12 de 16 casos analizados, potencias emergentes y dominantes acabaron enfrentándose militarmente. Allison advierte sobre el riesgo tangible que se afronta, cuyas pugnas internacionales evocan el conflicto del Peloponeso.

EE.UU. ve amenazada su hegemonía global, consolidada tras la Segunda Guerra Mundial, frente al ascenso constante del gigante oriental. El término "Zhongguó" (China-Nación del Centro) expresa la convicción histórica oriental de irradiar orden desde su núcleo civilizatorio hacia la periferia. Siguiendo a Sun Tzu, Pekín aplica una estrategia de presión sin confrontación directa, visible en el Mar de China Meridional, donde desafía a Taiwán y vecinos regionales. Además, expande su presencia global mediante la Nueva Ruta de la Seda, empleando deuda y megaproyectos como herramientas de control sobre infraestructuras como puertos, recursos energéticos y rutas logísticas.

Trump ha introducido una lógica empresarial y mediática en la política exterior. Su experiencia en los sectores inmobiliario y televisivo refuerza su habilidad para modelar la opinión pública, aunque también revela una comprensión limitada de las dinámicas geopolíticas. Ha cumplido promesas como reducir la dependencia económica del gigante asiático, pero ¿a qué coste? Su enfoque genera debate: ¿se trata de una táctica brillante, de imprudencia o una mezcla de ambas? Mientras tanto, Rusia y Europa observan con inquietud. Moscú adapta su presencia militar y diplomática en África y Oriente Medio según sus intereses, vendiendo armas y consolidando alianzas. Europa, atrapada entre la seguridad estadounidense y la influencia comercial china, debe redefinir su papel, lastrada por políticas erráticas, un exceso de normalización en los sectores económicos y productivos propios y una apertura excesiva frente a competidores externos. La guerra en Ucrania ejemplifica cómo las tensiones globales pueden desatar fricciones regionales con efectos internacionales.

Aunque el riesgo de un enfrentamiento directo entre EE.UU. y China es bajo, aumentan las probabilidades de guerras híbridas: ciberataques, sanciones, disputas regionales. Las élites económicas, conscientes del coste de una contienda abierta, suelen favorecer tensiones controladas en tiempo y localización, que puedan beneficiar sus intereses estratégicos.

El diplomático y Nóbel de la Paz Henry Kissinger, en sus últimas apariciones antes de fallecer en 2023, comparó la rivalidad actual con el escenario previo a la Primera Guerra Mundial, cuando alianzas rígidas y falta de comunicación precipitaron el desastre. Alertó sobre la necesidad de evitar repetir ese patrón.

Beijing continúa reforzando su poder militar y simbólico. Este mes de abril de 2025, el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) documentó maniobras a gran escala del Ejército Popular de Liberación alrededor de Taiwán, bajo el nombre “Strait Thunder 2025A”. Estos ejercicios simularon un bloqueo completo, movilizando fuerzas navales y aéreas. El despliegue de misiones aéreas y portaviones como el Shandong confirma la normalización de estas tácticas.

Según el ISW y el American Enterprise Institute, estos ejercicios no responden a provocaciones inmediatas, sino que forman parte de una estrategia cuidadosamente orquestada dentro de una doctrina de coerción prolongada, inscrita en el marco de la llamada guerra gris. A través de maniobras militares y campañas de propaganda dirigidas al público taiwanés, Pekín despliega una ofensiva de desgaste con un claro componente de guerra cognitiva. El pretexto utilizado: la presunta retórica desafiante del presidente Lai Ching-te.

La estrategia de Pekín se fundamenta en una presión continua, donde los límites entre tensión, disuasión y normalidad se difuminan. Japón ha activado protocolos de emergencia para sus ciudadanos en islas cercanas a Taiwán, y Filipinas ha reforzado su cooperación militar con EE.UU. Aunque la ofensiva directa parece lejana, las maniobras sistemáticas del ejército chino generan una asfixia estratégica que tensiona el equilibrio regional. Trump ha acelerado algunas de estas dinámicas, pero la fragilidad del orden internacional ya era evidente.

La aspiración de vencer sin combatir, según Sun Tzu, guía muchas acciones de Pekín. Sin embargo, como advierte John Mearsheimer en "The Tragedy of Great Power Politics", con su teoría del realismo ofensivo, esta estrategia puede resultar insuficiente cuando la presión geopolítica escala.

En definitiva, la advertencia de Tucídides sobre los peligros de la rivalidad entre potencias mantiene plena vigencia. Evitar esta trampa exige equilibrio entre firmeza disuasoria y diálogo estratégico, así como una gestión prudente de las ambiciones nacionales.

Estados Unidos, China y los actores internacionales deben ejercer un liderazgo lúcido y cooperativo, acorde con la complejidad de un mundo interdependiente, expuesto a una creciente volatilidad económica, tecnológica y social.