Firmas

Fe visible, respeto inviolable


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J. A. SÁEZ

En estos días santos, la tierra de Almería se estremece con el eco de los tambores, los silencios solemnes y la fragancia de incienso que asciende como oración compartida. Es Semana Santa, un tiempo en el que los cristianos del mundo reviven la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y en nuestras tierras orientales se expresa con una intensidad singular, donde lo sacro se une al alma del pueblo.

Hoy más que nunca es necesario recordar que nuestra cultura, nuestras costumbres, incluso nuestras libertades, están profundamente enraizadas en la tradición cristiana. No se trata sólo de una cuestión religiosa, sino de un legado cultural y moral que ha definido la forma de entender al ser humano y su dignidad. El respeto a la vida, la conciencia como santuario interior, el libre albedrío como derecho, son frutos de una semilla sembrada hace dos mil años en la colina del Gólgota. El cristianismo, en su camino de evangelización histórica, ha sido perseguido, arrasado, combatido, y sin embargo ha sabido resistir. El mismo término católico significa "universal", porque fue una fe que cruzó límites culturales, idiomáticos y geográficos para traer un mensaje de esperanza y redención.

En esa universalidad tuvo un papel fundamental la Escuela de Salamanca, que en los siglos XVI y XVII sentó las bases de lo que hoy entendemos como derechos humanos y derecho internacional. Figuras como Francisco de Vitoria y Domingo de Soto defendieron la dignidad de todo ser humano, la libertad de conciencia y el principio de que ningún poder, por legítimo que se crea, puede arrebatar esos derechos fundamentales. Fue el germen de una noción jurídica y ética que supera culturas, imperios y religiones.

La libertad de culto que hoy disfrutamos no puede desvincularse de la tolerancia a las creencias ajenas. Cada imagen que sale a las calles en estos días no es un ídolo, sino una representación visible de lo invisible, una representación encarnada de lo trascendente y una catequesis viva. Por eso, cuando se atacan, se ensucian, se mojan o se ridiculizan estas representaciones sacras, se hiere no solo un objeto artístico, sino el espíritu de un pueblo. La libertad religiosa no se mide solo en templos abiertos, sino en la valoración de los signos religiosos y en la convivencia pacífica entre credos.

Jesús y María no son personajes confinados a los Evangelios; aparecen también en el Corán y son venerados por millones de personas en otras tradiciones abrahámicas. Defender el respeto a lo sagrado no es una cuestión confesional, es un acto de civismo. Una sociedad verdaderamente plural no es aquella que esconde las creencias, sino la que las hace visibles sin temor ni burla, y garantiza que puedan coexistir sin violencia ni odio.

Mientras nosotros vivimos la fe entre incienso y saetas, en otros rincones del mundo ser cristiano es un acto de riesgo vital. En países como Nigeria, Sudán, Pakistán, Siria o Egipto, miles de personas sufren persecución, discriminación y muerte simplemente por llevar una cruz o rezar un padrenuestro. No podemos ser indiferentes a estas tragedias.

En Almería, al igual que Granada, las procesiones adquieren un carácter único, heredero de la sobriedad castellana y la influencia levantina. Aunque en las últimas décadas se han incorporado estéticas sevillanas, persisten pasos emblemáticos portados en andas, dolorosas sin palio, y tronos con trabajaderas interiores. Las cofradías, pese a las transformaciones, siguen siendo el corazón social de muchos barrios, donde la vivencia espiritual no es cosa del pasado, sino presente que une generaciones. Solo como un ejemplo, sin menoscabo del resto, imágenes como Nuestra Señora de los Dolores, de la Hermandad de la Soledad de Santiago, procesionada sin palio, o el Santo Sepulcro de la capital, son ejemplos de un legado que merece ser protegido. También destacan Nuestra Señora del Primer Dolor o Nuestro Padre Jesús Nazareno, que conmueven tanto al devoto como al visitante. Estas formas procesionales no son solo costumbres, sino expresiones de un alma regional que se niega a ser homogeneizada.

La Semana Santa no sólo se limita a una teatralización folclórica o un reclamo turístico, son una manifestación del espíritu de un pueblo. Quien llega desde fuera, sea turista o de otra creencia, puede percibir en las calles de Almería una emoción compartida que no excluye, sino que invita a la integración, a su puesta en valor y al reconocimiento mutuo. Porque la expresión de las formas, la belleza de una talla, el silencio o el estremecimiento de una saeta, conforman un lenguaje universal que acoge y conmueve.

Y en ese lenguaje, la música de las bandas tiene un papel esencial: no solo acompaña, sino que eleva. Cornetas, tambores, metales y palillos no marcan simplemente un compás; conmueven, emocionan, arrastran al alma por la misma senda de la estación de penitencia. El espectador queda atravesado por una emoción compartida que lo vincula al cortejo. La música es puente, es aliento, es comunión con el paso.

En tiempos donde la religión es desdeñada, combatida o reducida a esfera privada, conviene recordar que sin fe no hay tradición, y sin tradición no hay cultura ni libertad. En esta Semana Santa, acordémonos de quienes no pueden vivirla libremente, y cuidemos nuestras costumbres como quien custodia un tesoro vivo. Porque quien pierde sus ritos, pierde su alma. Y sin alma, ninguna sociedad permanece.