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PASEO ABAJO/Juan Torrijos
Los hemos visto bajar con agua de lado a lado, unos en directo, otros a través de los medios. Hemos sentido la alegría de ver el agua, tan necesitada, llenar por fin los secos márgenes de ramblas, ríos y cañadas. La mayoría de esas aguas corrían veloces hacia las desembocaduras, a encontrarse y fundirse con las saladas de los mares. Se han visto crecer los caños de las fuentes, correr el agua en las acequias, secas durante años. Por unas horas, unos días, el color gris ha dominado el cielo bajo el que vivimos, y estábamos satisfechos de esas nubes, y de esos días oscuros que te invitaban a salir de casa a ver cómo las gotas de agua se convertían en las protagonistas de la jornada.
El asfalto de las calles se mojaba, las canales de los terraos escupían la que caía sobre ellos, y los paraguas, olvidados durante años por estas tierras, hacían su aparecer en las manos de los viandantes. Estaba lloviendo, y lo ha hecho durante bastantes días. No ha sido esa tormenta que descarga con furia y se marcha en busca de otros a los que mojar sus cabezas. Ha sido una lluvia fina, de las que calan la tierra y juntan los temperos. En la mayoría de los pueblos de Almería la lluvia ha sido ese bálsamo que necesitaba la tierra, que hacía feliz a los vecinos, mientras la veíamos correr alegre por ramblas y ríos.
Pero ha dejado de llover, dicen los del tiempo.es que hasta aquí hemos llegado. Tras las lluvias los pantanos almerienses casi no se han recuperado, seguimos con el entorno de ese diez por ciento, que nos sigue hablando de que la sequía sigue ahí, presente, amenazante, como una espada sobre las cabezas de nuestros campos y de nuestros agricultores. A la alegría de unos días, les llega la verdadera realidad. El agua pasó de largo, corría delante de nosotros buscando un final que no hemos sido capaces de cambiar. Cierto que habrá llenado algunos pozos, que las acequias se han visto rejuvenecer por días y las fuentes han visto de nuevo cómo manaba el agua desde ellas. ¿Qué va a pasar mañana? Habrá que seguir esperando que de nuevo el cielo se vuelva gris, que las gotas vuelvan a hacer que saquemos los paraguas, y que nuestros pasos nos lleven hasta el río, a verlo de nuevo vivo sobre la tierra, en esa alocada carrera a que le ha condenado la naturaleza. ¿Dónde están, nos preguntamos, las aguas que hemos visto correr por nuestros ríos y ramblas? ¿A dónde han ido? ¿Por qué no se las pueden mantener, controlar, hacer que las acequias sean eternas, que las fuentes no dejen de manar y nuestros agricultores lograr que la vida llegue a sus productos? Las aguas se nos han ido al mar, querían, dicen, hacer el amor con el Mediterráneo, mezclarse y pasar juntos el resto de sus vidas. Hace más de cien años algún político dijo que esa agua tenía que ser mantenida, como a la querida a la que se le ponía un pisito y se la iba a visitar las tardes de los domingos, que no podíamos permitir que nuestra agua se fuera cada año con el amante Mediterráneo. Pero ese piso, en estos más de cien años, no se le ha ofrecido, y el viejo Andarax, como otros en nuestra provincia, cada temporada, cuando las aguas bajan con fuerza, vuelve a los brazos de ese mar que amoroso le espera. Los vecinos seguiremos saliendo a verlo bajar, violento a veces, camino de su destino, ya que no hemos sido capaces de crearle un hogar donde descansar.
Ha llovido, dicen que ha sido por culpa del cambio climático. Ayer, durante la sequía, se nos decía que la misma era también por culpa del cambio climático. Alguien, algún día, nos debería contar la verdad sobre el llamado cambio climático, como se nos está contando la verdad sobre la pandemia del Covid, y qué vergüenza de políticos, de la Oms y de todos los que engañaron vilmente a los ciudadanos, mientras veíamos morir a parientes y amigos.
El asfalto de las calles se mojaba, las canales de los terraos escupían la que caía sobre ellos, y los paraguas, olvidados durante años por estas tierras, hacían su aparecer en las manos de los viandantes. Estaba lloviendo, y lo ha hecho durante bastantes días. No ha sido esa tormenta que descarga con furia y se marcha en busca de otros a los que mojar sus cabezas. Ha sido una lluvia fina, de las que calan la tierra y juntan los temperos. En la mayoría de los pueblos de Almería la lluvia ha sido ese bálsamo que necesitaba la tierra, que hacía feliz a los vecinos, mientras la veíamos correr alegre por ramblas y ríos.
Pero ha dejado de llover, dicen los del tiempo.es que hasta aquí hemos llegado. Tras las lluvias los pantanos almerienses casi no se han recuperado, seguimos con el entorno de ese diez por ciento, que nos sigue hablando de que la sequía sigue ahí, presente, amenazante, como una espada sobre las cabezas de nuestros campos y de nuestros agricultores. A la alegría de unos días, les llega la verdadera realidad. El agua pasó de largo, corría delante de nosotros buscando un final que no hemos sido capaces de cambiar. Cierto que habrá llenado algunos pozos, que las acequias se han visto rejuvenecer por días y las fuentes han visto de nuevo cómo manaba el agua desde ellas. ¿Qué va a pasar mañana? Habrá que seguir esperando que de nuevo el cielo se vuelva gris, que las gotas vuelvan a hacer que saquemos los paraguas, y que nuestros pasos nos lleven hasta el río, a verlo de nuevo vivo sobre la tierra, en esa alocada carrera a que le ha condenado la naturaleza. ¿Dónde están, nos preguntamos, las aguas que hemos visto correr por nuestros ríos y ramblas? ¿A dónde han ido? ¿Por qué no se las pueden mantener, controlar, hacer que las acequias sean eternas, que las fuentes no dejen de manar y nuestros agricultores lograr que la vida llegue a sus productos? Las aguas se nos han ido al mar, querían, dicen, hacer el amor con el Mediterráneo, mezclarse y pasar juntos el resto de sus vidas. Hace más de cien años algún político dijo que esa agua tenía que ser mantenida, como a la querida a la que se le ponía un pisito y se la iba a visitar las tardes de los domingos, que no podíamos permitir que nuestra agua se fuera cada año con el amante Mediterráneo. Pero ese piso, en estos más de cien años, no se le ha ofrecido, y el viejo Andarax, como otros en nuestra provincia, cada temporada, cuando las aguas bajan con fuerza, vuelve a los brazos de ese mar que amoroso le espera. Los vecinos seguiremos saliendo a verlo bajar, violento a veces, camino de su destino, ya que no hemos sido capaces de crearle un hogar donde descansar.
Ha llovido, dicen que ha sido por culpa del cambio climático. Ayer, durante la sequía, se nos decía que la misma era también por culpa del cambio climático. Alguien, algún día, nos debería contar la verdad sobre el llamado cambio climático, como se nos está contando la verdad sobre la pandemia del Covid, y qué vergüenza de políticos, de la Oms y de todos los que engañaron vilmente a los ciudadanos, mientras veíamos morir a parientes y amigos.