¡Arriba España!


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JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

SÁNCHEZ, YA SE sabe, vive acorralado por una candente realidad que aparenta no preocuparle. Sin embargo, en su expresión mandibular puede apreciarse cómo su energía se evapora entre dossiers estupefacientes, comparecencias, citaciones, imputaciones y otras miserias humanas.

No acudió a la misa solemne en la catedral de Valencia presidida por el jefe del Estado en memoria de las víctimas de la DANA, porque es astuto y sabe bien que no puede aparecer por Valencia, Alicante o Castellón, tampoco por Albacete -229 cadáveres le señalan-, y como recordatorio para su retrospectiva memoria, el ‘palo volador’ de Paiporta envía un mensaje: “se busca pero no se le espera”. La memoria es débil, esto pasará y yo emergeré sin tacha alguna, pensará. Pero más allá de la propaganda y el cacareo gubernamental todo indica decadencia, según se observa en los gestos. Poco queda de aquel figurín de un folleto de rebajas de Galerías Preciados. Como todo en la vida, las decadencias se perciben y traen consecuencias. Puigdemont y otros beneficiarios partícipes del Gran Botín que se reparte en el círculo sanchista anuncian una avanzadilla de lo que está por venir en relación a lo que pueda quedar de esta malparida legislatura. Como respuesta a la sensación de acorralamiento surgen iniciativas delirantes orientadas a desenfocar la vista del escenario y mirar la punta del zapato. Y en parte se consigue, aunque no logra evitar la sensación de deterioro del bloque gubernamental, que lentamente se va percibiendo en buena parte de la opinión pública. Merced al riego constante a tertulianos, articulistas de cámara, editorialistas y empresas agradecidas, la realidad se desvirtúa a conveniencia del Puto Amo. Visto lo visto, se entiende que ejerza de Puto Amo sobre su vasallaje.

Susurran en los mentideros políticos madrileños que de Sánchez puede esperarse todo, y todo significa lo peor de todo. Sus críticos señalan un personaje cínico, mentiroso sin escrúpulos, sin referencias intelectuales o morales, un conjunto de capacidades destructivas que apunta a un mamífero peligroso. Ahora, en el siglo XXI, los españoles habrán salido de dudas. Sin rubor alguno lleva años ejerciendo como réplica de un consumado autócrata muy confiado en sí mismo cuando afirma que él y su bloque de gobierno continuará, y sostiene que no hay esperanza alguna de lo contrario. La rotundidad de esta afirmación resulta inquietante, se trata de un serio aviso a cualquier otra expectativa de cambio político que habría de esperarse en cualquier democracia con el aval de las urnas. La pregunta inmediata es: continuar ¿hasta cuándo? No hay respuesta porque el gesto señala el infinito. Para su continuidad hacia el asentamiento de la autocracia como sistema político, ese parece su objetivo, habrá de profundizar en la labor de derribo del Estado democrático y de Derecho, la Constitución de 1978 y, por supuesto, la Monarquía parlamentaria. Y en ello se afana gozoso acompañado de un ganado lanar que sigue vitoreando y aplaudiendo porque hay pienso. No imaginan que la voluntad expresada por los españoles no es fácil de doblegar y esta quedó grabada en aquellas jornadas luminosas de esperanza, reconciliación y futuro en convivencia en 1978. Esa voluntad inequívoca, hoy repudiada por una facción de conjuras e intereses bastardos, no habrá de ignorarse a la hora de imaginadas campanadas de otro amanecer tricolor.

Retrocediendo al siglo XX, puede que Sánchez ignore que Franco murió muy anciano en una cama hospitalaria de la Seguridad Social, tras una larga etapa dictatorial. Aquel régimen de gobierno se mantuvo cuarenta años y no hay pruebas de que el padre, abuelos o parientes de Sánchez hicieran algo por derribarlo. El PSOE en el que Sánchez se escuda para acreditar veteranía política no estaba en la oposición contra Franco porque, sencillamente, no existía. Así que resulta hilarante e insultante a la cultura y la razón que ahora, cincuenta años del final de aquel régimen, se presente y actúe como doliente víctima de la dictadura franquista.

Sánchez ha convertido a Franco en uno de sus mejores aliados cuando la mierda (con perdón) le rodea el cuello. Exhuma, desentierra, transporta, vuelve a enterrar y ahora se prepara para conmemorar o aventar las cenizas de Francisco Franco. Demasiado para el cuerpo. Como gran proyecto de gobierno para el próximo año se anuncian unos actos de conmemoración o recuerdo de la fecha del fallecimiento de Franco para el 20 de noviembre de 2025, y ello con el debido acompañamiento presupuestario, ¡ahí está la clave! La palabra presupuesto público hace resucitar a los muertos y palpitar de gozo a los vivos. Hubiera sido muy celebrado en esta comarca del Levante almeriense que el dinero público presupuestado para “resucitar” a Franco se hubiera destinado a ampliar y mejorar los servicios del Hospital de la Inmaculada. Pero eso, al parecer, carece de importancia, Sánchez está en lo de Franco y dice que va a convocar un Comité de Expertos, tal como ocurrió cuando aquello del COVID y finalmente se descubrió que tal Comité nunca existió, era otra colosal mentira como coartada para justificar y eludir los controles administrativos y constitucionales que posibilitaron los presuntos fraudes y latrocinios de tantos casos de corrupción en la compra de mascarillas y material sanitario, que hoy investigan algunos juzgados y el Tribunal Supremo. También se crearán los correspondientes chiringuitos, cuya labor será administrar esa justicia retroactiva por quienes no tuvieron las agallas o la oportunidad de derribar al dictador. Una puesta en escena para regusto de los franquistas de corazón y reavivar políticamente los rescoldos de una guerra fratricida, aún pendiente, según algunos sectores de la izquierda, de un ajuste de cuentas. Muy recomendable al respecto el discurso de Marcelino Camacho el 15 de octubre de 1977 cuando la aprobación de la Ley de Amnistía.

En estas mismas fechas los juzgados están sobrecargados de asuntos que conciernen al residente del Gobierno, a varios de sus ministros, a dos presidentes autonómicos y su entorno familiar más próximo. Las reglas de todos los autócratas, tal que Cristina Kirchner, condenada a seis años de prisión e inhabilitación, cuando se les coge con las zarpas en el dinero público son siempre las mismas: a) Negar absolutamente todo, como haría cualquier atracador. B) Culpar a la oposición política y los medios de información no adictos al gobierno de estar promoviendo las denuncias y querellas por corrupción. C) Señalar la connivencia de jueces descalificando así cualquier posible sentencia condenatoria y repetir la palabra eximente para los corruptos: lawfare. Es decir, los delitos cometidos por los políticos que en España se contabilizan por decenas de miles no podrían ser condenados, están amparados por una bula de exculpación; consumados corruptos como Manuel Chaves y José Antonio Griñán o Magdalena Álvarez como ejemplos. De ser cierto lo anterior, ¿qué confianza habrían de tener el resto de los ciudadanos sin dedicación política en la Administración de Justicia?

Esto no parece preocupar a una clase política desenfrenada y a un presidente de Gobierno cuyo único objetivo es la continuidad en el poder, y es muy probable que con la inestimable ayuda de Franco pueda conseguirlo. Resulta paradójico que estas izquierdas añorantes de un pasado imposible no sean capaces de asumir, por higiene mental y democrática, una tarea pendiente históricamente irrebatible: perdieron la guerra civil y años después no lograron derribar al franquismo. Reescribir la historia no puede, en caso alguno, conformar un programa de gobierno, ni que los españoles del siglo XXI hayan de soportar tanto delirio.

Como colofón a este fervoroso revival franquista sería oportuno finalizar con un ¡Arriba España!