.. |
CLEMENTE FLORES MONTOYA
La vicepresidenta Yolanda fue tajante: “Lo primero, las víctimas”. ¡Quién lo diría! Los micrófonos echaban fuego. Y llegó la lluvia cinco días después para apagar los fuegos, que no hay nada mejor para olvidar una mala noticia que la llegada de otra peor.
¿La lluvia? Las lluvias más copiosas en España proceden en su origen de grandes frentes nubosos formados en el Atlántico. Generalmente los fenómenos de gota fría que se dan en nuestra tierra comienzan en otoño y la mayor riada que ha afectado a la zona valenciana, que yo pueda recordar, se produjo el 14 de octubre de 1957. (Como respuesta a ella se redactó el Plan Sur, que, entre otras cosas, hizo modificar el recorrido del cauce del río Turia para que dejase de pasar para siempre por la ciudad de Valencia).
Los días previos a la lluvia los españoles pudimos ver por televisión los grandes frentes nubosos formados frente al golfo de Cádiz que comenzaban a penetrar en tierra peninsular. Debido a la rotación de la tierra y a los vientos y presiones atmosféricas reinantes en esta época, estos grandes frentes cargados de vapor de agua suelen desplazarse, desde siempre, hacia el interior barriendo las costas de Murcia y Almería, pero esta vez, milagrosamente, no fue así y el recorrido preferente, hacia el interior, lo hicieron entrando por Málaga, donde empezaron a descargar. Luego continuaron por Albacete y Cuenca para acabar en Valencia. Son recorridos que hoy pueden contemplarse en tiempo real gracias a los satélites que circundan constantemente la tierra. El día 29 de octubre los cielos se abrieron sobre una extensa zona de Cuenca, Albacete y, sobre todo, Valencia, y se alcanzaron picos de lluvia que ordinariamente son difíciles de alcanzar (500l/m2), aunque, y pese al dolor que ahora nos domina, no son las mayores cifras nunca caídas ni es la primera vez que sucede este fenómeno, ni seguramente será la última.
La lluvia cayó a cántaros y sólo se limitó a seguir la ley de la gravedad que nadie ha podido cambiar. Nunca sabremos exactamente cómo y por qué el frente nuboso no siguió su avance por la costa almeriense, como ha sucedido en otras ocasiones, porque de haberlo hecho hoy estaríamos lamentando desgracias personales propias y recordando las promesas incumplidas tras la riada de San Wenceslao en 2012. Y el agua corrió. Y en su camino, buscando el mar, se encontró en unas zonas con presas de embalse -que son instalaciones hoy cuestionadas y vituperadas desde una Administración demagógica que presume de destruirlas, por perniciosas para el medio ambiente, desde una ideología presuntamente ecologista tan ignorante como demagoga- en las que se retuvo. En otras zonas no controladas se movió libremente y recorrió barrancos y rieras, que son sus caminos naturales, en los que se movió siguiendo las leyes de la física. Toda el agua de esta DANA que ha llegado a los pantanos mayores se ha quedado en ellos y ninguno de ellos, creo, ha necesitado desaguar ni una sola gota. No hace falta repetir que los pantanos son la mejor, que no la única, solución para evitar los catastróficos efectos de las riadas, pues no sólo retienen el agua, sino que además la guardan para poder utilizarla en los largos periodos de sequía que vendrán después.
Otro obstáculo con que el agua se tenía que encontrar eran los acarreos sólidos y la espesa vegetación crecida en los cauces, ante la pasividad de la Administración que, hace un tiempo, ha olvidado que entre sus tareas y obligaciones está el mantener y/o incrementar la capacidad de desagüe de los cauces. Respecto a la vegetación, la Administración impone multas y sanciones a quien ose cortarla o arrancarla de los cauces. Nos costaría mucho encontrar en alguno de los planes hidrológicos de las Confederaciones algún plan que incluya inversiones en limpieza de cauces, por eso el agua circulante en barrancos de mucha pendiente tiene que arrastrar sin control, entre otras cosas, árboles y arbustos que irán, aguas abajo, a taponar desagües, puentes y obras de fábrica, arruinándolas en algunos casos. Todo lo arrastrado, al encontrar obstáculos, como puentes, remansan las aguas y suben el nivel formando pequeños embalses que al romperse desvían los torrentes encenagados entrando como Juan por su casa en las poblaciones que, confiadas y ajenas al posible peligro, han colonizado terrenos sin pensar que algún día los barrancos y rieras podían “reclamar con escrituras”.
Hoy, un solo día después, toneladas y toneladas de esa vegetación durante años protegida a golpe de multas y sanciones ha sido arrojada a playas, cuando no permanece suspendida entre paredes caídas de las poblaciones arrasadas o bajo las estructuras asoladas de algún puente o pasarela.
La noche del 29, mientras se comentaba lo que estaba sucediendo en poblaciones desinformadas y sorprendidas, recordé mi niñez cuando en cada cortijo cercano a los cauces de los ríos Aguas o Antas, cerca de la puerta había colgada una caracola para avisar de que una riada se estaba produciendo. En pocos minutos y sin que mediara orden alguna, el sonar de las caracolas se transformaba de rumor a estruendo dominando los campos. Entonces las personas buscaban lugares seguros para guarecerse. Todo empezaba antes de que acabase el verano, cuando se convocaba a los vecinos para limpiar los cauces y construir las presas de boquera. No hacía falta mucha burocracia porque eran los ayuntamientos quienes convocaban a los vecinos y fijaban las peonadas obligatorias. Pensé que hoy los medios y conocimientos son incomparablemente mejores y no podía creer que la lista de muertos y desaparecidos aumentaba por momentos. Pensé que se produciría un revulsivo nacional y que se abriría un debate sin trampas que explicase los hechos y las causas de tanta desgracia. Impresionado por los hechos llegué a pensar que de un debate a fondo incluso podrían derivarse penas criminales para algunos responsables de la Administración por acción u omisión. Me mantuve alarmado hasta que el sueño me venció y me desperté esperando que alguien me diese buenas noticias. Y llegó el día de después. 30 de octubre.
Las primeras noticias sólo hablaban de muertes y desapariciones, de pérdidas materiales y de desesperación, de incertidumbres e ignorancia sobre los desaparecidos. Iban apareciendo cadáveres, personas milagrosamente vivas y comenzaron algunos saqueos de tiendas y almacenes. Lo peor estaba por ver. Ese día comenzó a llover mierda sobre España como yo nunca había conocido. Comenzó en el Congreso de los Diputados, donde, con todos los ministros presentes, se discutía sobre la asignación de los puestos de consejeros de Televisión Española y sus contundentes sueldos. En sólo cinco días nadie recordaba las contundentes palabras de la vicepresidenta que habían conturbado a las masas: “¡Lo primero, las víctimas!”.
La jornada fue un desprecio y un insulto para todos los españoles de bien y pasará a la historia como un día de ignominia y de oprobio para todos los que luchaban angustiados, afanándose por salvar sus vidas y sus pertenencias de entre el barro. A los políticos del Gobierno sólo les interesó, y desgraciadamente puede ser lo único que les interese, asegurarse unos ingresos a cuenta del erario público.
No voy a hablar del presidente. Lo oiremos mil veces estos días. Su narcisismo y su desprecio a los españoles del pueblo llano y su irresponsabilidad son psicóticos. Dejará pruebas evidentes en sus próximas e inevitables apariciones públicas.
-PD1. No escribo aprovechando la ocasión para ser uno más en atacar al Gobierno, que para eso se sobran su presidente y sus ministros. Si alguien siente curiosidad, que consulte lo que escribí́ en Actualidad Almanzora en 2012 por estas fechas).
-PD2. Escribo este artículo el 31 de octubre. Acabo de intervenir en Radio Actualidad para el Levante almeriense y me ha venido a la mente el recuerdo de Diego Gerez, con quien viví́, desde la radio, en Vera Comunicación, la riada de San Wenceslao de 2012. En su memoria he escrito esto.