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AMANDO DE MIGUEL
El turismo se reafirma como el gran rubro de exportación de la economía española, si bien, resulta que los nacionales son sus principales clientes.
En España, el número real de horas trabajadas por la población ocupada es, francamente, bajo y descendente. Las vacaciones, los “puentes”, las fiestas y celebraciones de toda índole acumulan un inmenso ocio expansivo.
Todo es cuestión de mentalidad. La prevalente entre nosotros es la contraria a la ética del esfuerzo creador. Además, se combina con el imperioso ideal de hacer dinero, no tanto por codicia, sino para dar envidia al prójimo cercano. Es un manojo de disposiciones anímicas poco propensas a una alta productividad.
La parte positiva es que la combinación de cualidades dichas propende a una vida muy satisfactoria. Vamos, que en España se vive bien; unos más que otros, claro; pues, las desigualdades son lacerantes. La distancia social en el modo de vida desborda, a veces, las de las clases sociales, recordando, más bien, las de las castas medievales. En España, se puede injuriar a un contrincante, tildándolo de “muerto de hambre”. Quien toma decisiones arriesgadas, aun a costa del daño al prójimo, justifica, así, su insolidaridad: “El que venga detrás, que arree”. La famosa solidaridad era cosa de los anarquistas de antaño.
Con lo de la desigualdad, no me refiero a la que distingue a los varones de las mujeres, que es mínima. Es más, de acuerdo con una investigación de mi amigo José Cuevas, últimamente, se han decretado cientos de normas que priman la condición femenina en detrimento de la masculina. La cosa podría derivar en un delito de odio (androfobia) por parte del legislador.
El carácter autodestructivo de la sociedad española puede ejemplificarse en un caso extremoso: el fenómeno de la plaga de pirómanos de bosques. Se sabe que existen, pero, raras veces son procesados. Ni siquiera conocemos los detalles más elementales de esa extraña tribu. ¿Serán los restos del antiguo anarquismo? Seguramente, actúan como agentes encubiertos para defender los intereses de algunos ganaderos. Los cuales necesitan hierba, no árboles. Por cierto, se podría recordar una de las propuestas de Ramón Tamames en la famosa moción de censura. Me refiero a la creación de un cuerpo nacional de voluntarios forestales para limpiar los bosques a lo largo del año. Sería mejor que tuvieran un alcance nacional, no regional o local. De momento, parecen sueños vanos. Lo de los pirómanos de bosques resiste, al menos, como metáfora.
La preponderancia de una mentalidad ociosa y destructiva puede columbrarse en esta estadística aterradora. La sociedad española ha llegado a la tasa mínima de fecundidad (número de hijos por mujer en edad fértil) más baja de la historia. Aún lo sería más, si se pudiera calcular la de las mujeres en edad fértil, nacidas en España.
Se me dirá que el diagnóstico trazado peca de pesimista en grado sumo. No lo niego, pero, es que la realidad resulta pésima. Deberíamos contar con esta otra estadística imposible: cuántos españoles en edad laboral trabajan pocas horas o ninguna, añadiendo el estrambote de los que se sienten insatisfechos con su ocupación. Daría un resultado escandaloso.
Ya sé que muchos de los males consignados se arreglarían con un buen sistema educativo. Ahí le duele. El hecho es que nuestro esquema de enseñanza, en todos los grados, no puede ser más disfuncional para una economía productiva, una sociedad integrada, una política menos costosa. Nos encontramos muy lejos de tales ideales.
Nos podríamos preguntar cómo es que se ha ido entretejiendo una sociedad tan descoyuntada como la española. Muy sencillo, porque ha cultivado una rara virtud compensatoria: la simpatía. Acaso, resida, aquí, el secreto del atractivo de lo español para los extranjeros. Es la leyenda blanca.
En España, el número real de horas trabajadas por la población ocupada es, francamente, bajo y descendente. Las vacaciones, los “puentes”, las fiestas y celebraciones de toda índole acumulan un inmenso ocio expansivo.
Todo es cuestión de mentalidad. La prevalente entre nosotros es la contraria a la ética del esfuerzo creador. Además, se combina con el imperioso ideal de hacer dinero, no tanto por codicia, sino para dar envidia al prójimo cercano. Es un manojo de disposiciones anímicas poco propensas a una alta productividad.
La parte positiva es que la combinación de cualidades dichas propende a una vida muy satisfactoria. Vamos, que en España se vive bien; unos más que otros, claro; pues, las desigualdades son lacerantes. La distancia social en el modo de vida desborda, a veces, las de las clases sociales, recordando, más bien, las de las castas medievales. En España, se puede injuriar a un contrincante, tildándolo de “muerto de hambre”. Quien toma decisiones arriesgadas, aun a costa del daño al prójimo, justifica, así, su insolidaridad: “El que venga detrás, que arree”. La famosa solidaridad era cosa de los anarquistas de antaño.
Con lo de la desigualdad, no me refiero a la que distingue a los varones de las mujeres, que es mínima. Es más, de acuerdo con una investigación de mi amigo José Cuevas, últimamente, se han decretado cientos de normas que priman la condición femenina en detrimento de la masculina. La cosa podría derivar en un delito de odio (androfobia) por parte del legislador.
El carácter autodestructivo de la sociedad española puede ejemplificarse en un caso extremoso: el fenómeno de la plaga de pirómanos de bosques. Se sabe que existen, pero, raras veces son procesados. Ni siquiera conocemos los detalles más elementales de esa extraña tribu. ¿Serán los restos del antiguo anarquismo? Seguramente, actúan como agentes encubiertos para defender los intereses de algunos ganaderos. Los cuales necesitan hierba, no árboles. Por cierto, se podría recordar una de las propuestas de Ramón Tamames en la famosa moción de censura. Me refiero a la creación de un cuerpo nacional de voluntarios forestales para limpiar los bosques a lo largo del año. Sería mejor que tuvieran un alcance nacional, no regional o local. De momento, parecen sueños vanos. Lo de los pirómanos de bosques resiste, al menos, como metáfora.
La preponderancia de una mentalidad ociosa y destructiva puede columbrarse en esta estadística aterradora. La sociedad española ha llegado a la tasa mínima de fecundidad (número de hijos por mujer en edad fértil) más baja de la historia. Aún lo sería más, si se pudiera calcular la de las mujeres en edad fértil, nacidas en España.
Se me dirá que el diagnóstico trazado peca de pesimista en grado sumo. No lo niego, pero, es que la realidad resulta pésima. Deberíamos contar con esta otra estadística imposible: cuántos españoles en edad laboral trabajan pocas horas o ninguna, añadiendo el estrambote de los que se sienten insatisfechos con su ocupación. Daría un resultado escandaloso.
Ya sé que muchos de los males consignados se arreglarían con un buen sistema educativo. Ahí le duele. El hecho es que nuestro esquema de enseñanza, en todos los grados, no puede ser más disfuncional para una economía productiva, una sociedad integrada, una política menos costosa. Nos encontramos muy lejos de tales ideales.
Nos podríamos preguntar cómo es que se ha ido entretejiendo una sociedad tan descoyuntada como la española. Muy sencillo, porque ha cultivado una rara virtud compensatoria: la simpatía. Acaso, resida, aquí, el secreto del atractivo de lo español para los extranjeros. Es la leyenda blanca.