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AMANDO DE MIGUEL
Los lingüistas hablan de “préstamos” de otras lenguas, cuando se incorporan voces de ellas. La analogía no parece muy acertada, pues los dichosos “préstamos” no producen intereses y nadie los solicita. Se trata, más bien, de puros contactos culturales bastante espontáneos. Cuenta mucho el valor de la imitación.
Por lo general, las lenguas más vivas, con mayor capacidad literaria, son las más pronas a aceptar algunas palabras de otras. Véase el caso del castellano originario. Fue el último romance español en aparecer, pero lo hizo con tal ímpetu, que, pronto, se extendió como lingua franca en los diversos reinos de la España medieval. El secreto de tal pronta hegemonía estuvo en la simplicidad vocálica del castellano y en la incorporación de muchas voces del árabe. En el mundo actual, la mayor capilaridad para incorporar vocablos de otros idiomas la tiene el inglés, que, también, exporta muchos términos. Como señaló Nebrija, “la lengua fue siempre compañera del imperio”.
En el castellano actual, se detectan algunas voces procedentes del francés, como “turismo, restaurante, coche, ducha, ordenador o banal”. Si bien, las importaciones de procedencia inglesa son mucho más notorias. Destaca el cúmulo de los términos adscritos a la informática: “aplicaciones, antivirus, arroba, base de datos, cliquear, chatear, chip” y tantos otros. El camino inverso lo ha recorrido un vocablo tan característico del inglés estadounidense como frontier. Procede de “frontera”, pero, no en el sentido de la línea que separa dos Estados (border, raya), sino en el de “tierra de nadie”. Se aplicó a los territorios disputados de la Reconquista del Al Ándalus y al “Oeste” de los pioneros estadounidenses.
‘Por encima de todo, la gran donación léxica de la cultura británica ha sido el fútbol. (En el lenguaje oral, el “fúrbol” o el “fúbol”). Se desechó, pronto, el “balompié”. Es la institución más penetrante de la vida cotidiana de los españoles.
Podríamos referirnos a los curioso contactos léxicos entre el castellano actual de España y las variantes de los países hispanoamericanos. Por lo general, nuestros parientes del otro lado del Atlántico son más porosos, al incorporar voces del inglés; por ejemplo, los sonsonetes de “obviamente” o “estamos hablando”. Pero, a veces, se resisten a tal influencia. Es el caso de los mexicanos, que, en lugar de aceptar el término universal de “stop”, han preferido el castizo “pare”.
Las variantes hispanoamericanas han potenciado los diminutivos; todavía, más que el castellano de España. Es un rasgo diferenciador del inglés. Uno de esos términos resulta, especialmente, atractivo: “ahorita”, nada menos que un diminutivo de un adverbio. No, solo, resulta ingenioso, sino que mantiene una estudiada ambigüedad respecto a significación cronológica de dicho vocablo.
El gran hallazgo reciente de la jerga política española es el verbo “topar”, la última expresión del intervencionismo del Gobierno dizque socialista. Ignoro su procedencia. Es un eufemismo para indicar que el Gobierno fija o controla el alza de algunos precios. Se comprende que sea una operación imposible, pero, tiene buena prensa. Resuena el viejo grito de los absolutistas del siglo XIX español: “¡vivan las cadenas!”. Lo último es el intento de “topar” el precio de los alquileres de viviendas. Ignoran los “topadores” que controlar los precios conduce, inexorablemente, al mercado negro, a pagar algo bajo cuerda, especialmente, en tiempos de inflación. Mi cuate Juan Luis Valderrábano calcula que, ante un precio máximo del alquiler de una vivienda, fijado por el Gobierno, la salida podría ser bastante chusca. Por ejemplo, alquilar, también, el felpudo de la entrada por una cantidad convenida.
Por lo general, las lenguas más vivas, con mayor capacidad literaria, son las más pronas a aceptar algunas palabras de otras. Véase el caso del castellano originario. Fue el último romance español en aparecer, pero lo hizo con tal ímpetu, que, pronto, se extendió como lingua franca en los diversos reinos de la España medieval. El secreto de tal pronta hegemonía estuvo en la simplicidad vocálica del castellano y en la incorporación de muchas voces del árabe. En el mundo actual, la mayor capilaridad para incorporar vocablos de otros idiomas la tiene el inglés, que, también, exporta muchos términos. Como señaló Nebrija, “la lengua fue siempre compañera del imperio”.
En el castellano actual, se detectan algunas voces procedentes del francés, como “turismo, restaurante, coche, ducha, ordenador o banal”. Si bien, las importaciones de procedencia inglesa son mucho más notorias. Destaca el cúmulo de los términos adscritos a la informática: “aplicaciones, antivirus, arroba, base de datos, cliquear, chatear, chip” y tantos otros. El camino inverso lo ha recorrido un vocablo tan característico del inglés estadounidense como frontier. Procede de “frontera”, pero, no en el sentido de la línea que separa dos Estados (border, raya), sino en el de “tierra de nadie”. Se aplicó a los territorios disputados de la Reconquista del Al Ándalus y al “Oeste” de los pioneros estadounidenses.
‘Por encima de todo, la gran donación léxica de la cultura británica ha sido el fútbol. (En el lenguaje oral, el “fúrbol” o el “fúbol”). Se desechó, pronto, el “balompié”. Es la institución más penetrante de la vida cotidiana de los españoles.
Podríamos referirnos a los curioso contactos léxicos entre el castellano actual de España y las variantes de los países hispanoamericanos. Por lo general, nuestros parientes del otro lado del Atlántico son más porosos, al incorporar voces del inglés; por ejemplo, los sonsonetes de “obviamente” o “estamos hablando”. Pero, a veces, se resisten a tal influencia. Es el caso de los mexicanos, que, en lugar de aceptar el término universal de “stop”, han preferido el castizo “pare”.
Las variantes hispanoamericanas han potenciado los diminutivos; todavía, más que el castellano de España. Es un rasgo diferenciador del inglés. Uno de esos términos resulta, especialmente, atractivo: “ahorita”, nada menos que un diminutivo de un adverbio. No, solo, resulta ingenioso, sino que mantiene una estudiada ambigüedad respecto a significación cronológica de dicho vocablo.
El gran hallazgo reciente de la jerga política española es el verbo “topar”, la última expresión del intervencionismo del Gobierno dizque socialista. Ignoro su procedencia. Es un eufemismo para indicar que el Gobierno fija o controla el alza de algunos precios. Se comprende que sea una operación imposible, pero, tiene buena prensa. Resuena el viejo grito de los absolutistas del siglo XIX español: “¡vivan las cadenas!”. Lo último es el intento de “topar” el precio de los alquileres de viviendas. Ignoran los “topadores” que controlar los precios conduce, inexorablemente, al mercado negro, a pagar algo bajo cuerda, especialmente, en tiempos de inflación. Mi cuate Juan Luis Valderrábano calcula que, ante un precio máximo del alquiler de una vivienda, fijado por el Gobierno, la salida podría ser bastante chusca. Por ejemplo, alquilar, también, el felpudo de la entrada por una cantidad convenida.