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PASEO ABAJO/Juan Torrijos
Hace uno cuantos días disfruté con las letrillas de una murga dedicada al “cuñao”. Humor y alegría no le faltó a la actuación de estos jóvenes, que siguen intentando hacernos pasar un buen rato durante los días de Carnaval. No son muchos los pasos avanzados en el mismo desde aquellos tiempos en que Pepe Moya y los Bisbal abrieron con sus “patitos” y otro tipos la nueva era del carnaval almeriense. Pero ahí se está. Luchando cada año por aumentar categoría y participación sobre los escenarios almerienses.
Nos gustaría estar a la altura de ese Cádiz donde nos miramos cuando llegan los días preludio de la cuaresma, pero entendemos que ellos nos llevan muchos años de ventaja y que a nosotros nos faltan ensayos, letras y creernos de verdad en lo que hacemos.
Escuchando las letrillas cantadas a ese “cuñao” que nos ha metido en casa la mujer, me acordaba del juicio a celebrar el lunes pasado, once años después, sobre el “bocao” que le dio en la oreja a un “concuñao” y que le arrancó una parte del apéndice auditivo.
Mientras Mario Prados y sus colegas, José Luis, Juan Emilio, Luis Javier, José Enrique, José Francisco, Ángel, José María y el gran Curro, nos ofrecían su visión sobre la vida del “cuñao” en el sofá de la casa de su hermana, y la naturaleza estoica del marido que lo soporta, no podía por menos que imaginar lo que debió ocurrir hace once años para que uno de esos impasibles esposos, perdiera la paciencia y hasta el oremus, que diría aquel, y le diera un mordisco arrancándole un trozo de oreja al hermano de su “cuñao”, vamos, su “concuñao”.
Las distintas letrillas que nos cantaba la murga (por cierto, Curro, que recuerdos de aquellos lejanos años, no has perdido la gracia con la que sorprendías al personal desde el escenario del Teatro Cervantes o desde el Auditorio) nos iban dando la explicación de por qué el “bocao” en la oreja del “cuñao”. Si el comportamiento que nos cantaban se parecía en algo a la experiencia de aquel marido que se tomó hace once años la justicia con la oreja de su “cuñao”, se entiende el “bocao” y el quedarse con el trozo del apéndice “orejuno” entre los dientes. Sé que no es muy ortodoxo decirlo, y menos escribirlo, pero lo mismo el pobre marido tenía más razón que el santo Job. Y aquel día, por unos segundos, se le agotó la paciencia.
Me quedan, para rematar la faena, unas cuantas preguntas por hacer, y esperar una aclaración por parte de quien que nos pueda iluminar.
¿Cómo es que no estuvieron en el juicio ni el esposo, ni el “cuñao” y ni siquiera el trozo de la oreja?
¿Dónde está, once años después, ese trocito de carne perdido entre los dientes del marido de su hermana?
¿A qué es debido que la justicia haya tardado once años en celebrar el llamativo juicio de la oreja del “cuñao” y del bocado de aquel estoico e imperturbable marido?
¿Dónde ha vivido durante esos once años el “cuñao”?
¿Ha seguido tumbado en el sofá de la casa de su hermana?
¿Qué le dijo la esposa al marido que se lanzó contra la oreja de su hermano?
¿Siguen viviendo juntos los esposos?
¿Se divorciaron tras el mordisco orejero?
Espero la sentencia con expectación, uno, como les debe ocurrir a muchos de ustedes, también tiene un cuñado, y es por si algún día se me va la olla y le arreo un muerdo en la oreja y me quedo con un trozo de la misma entre los dientes.
Nos gustaría estar a la altura de ese Cádiz donde nos miramos cuando llegan los días preludio de la cuaresma, pero entendemos que ellos nos llevan muchos años de ventaja y que a nosotros nos faltan ensayos, letras y creernos de verdad en lo que hacemos.
Escuchando las letrillas cantadas a ese “cuñao” que nos ha metido en casa la mujer, me acordaba del juicio a celebrar el lunes pasado, once años después, sobre el “bocao” que le dio en la oreja a un “concuñao” y que le arrancó una parte del apéndice auditivo.
Mientras Mario Prados y sus colegas, José Luis, Juan Emilio, Luis Javier, José Enrique, José Francisco, Ángel, José María y el gran Curro, nos ofrecían su visión sobre la vida del “cuñao” en el sofá de la casa de su hermana, y la naturaleza estoica del marido que lo soporta, no podía por menos que imaginar lo que debió ocurrir hace once años para que uno de esos impasibles esposos, perdiera la paciencia y hasta el oremus, que diría aquel, y le diera un mordisco arrancándole un trozo de oreja al hermano de su “cuñao”, vamos, su “concuñao”.
Las distintas letrillas que nos cantaba la murga (por cierto, Curro, que recuerdos de aquellos lejanos años, no has perdido la gracia con la que sorprendías al personal desde el escenario del Teatro Cervantes o desde el Auditorio) nos iban dando la explicación de por qué el “bocao” en la oreja del “cuñao”. Si el comportamiento que nos cantaban se parecía en algo a la experiencia de aquel marido que se tomó hace once años la justicia con la oreja de su “cuñao”, se entiende el “bocao” y el quedarse con el trozo del apéndice “orejuno” entre los dientes. Sé que no es muy ortodoxo decirlo, y menos escribirlo, pero lo mismo el pobre marido tenía más razón que el santo Job. Y aquel día, por unos segundos, se le agotó la paciencia.
Me quedan, para rematar la faena, unas cuantas preguntas por hacer, y esperar una aclaración por parte de quien que nos pueda iluminar.
¿Cómo es que no estuvieron en el juicio ni el esposo, ni el “cuñao” y ni siquiera el trozo de la oreja?
¿Dónde está, once años después, ese trocito de carne perdido entre los dientes del marido de su hermana?
¿A qué es debido que la justicia haya tardado once años en celebrar el llamativo juicio de la oreja del “cuñao” y del bocado de aquel estoico e imperturbable marido?
¿Dónde ha vivido durante esos once años el “cuñao”?
¿Ha seguido tumbado en el sofá de la casa de su hermana?
¿Qué le dijo la esposa al marido que se lanzó contra la oreja de su hermano?
¿Siguen viviendo juntos los esposos?
¿Se divorciaron tras el mordisco orejero?
Espero la sentencia con expectación, uno, como les debe ocurrir a muchos de ustedes, también tiene un cuñado, y es por si algún día se me va la olla y le arreo un muerdo en la oreja y me quedo con un trozo de la misma entre los dientes.