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PASEO ABAJO/ Juan Torrijos
Asumimos cualquier cosa que nos llega de otras latitudes, y no creo que sea bueno. Nos olvidamos de lo que ha sido la historia de nuestra infancia, la que nos enseñaron nuestros padres y maestros. Llega noviembre y poco caso le hacemos a las castañas, los boniatos y los huesos de santo de nuestras excelsas pastelerías. Nos vestimos de fantasmas y nos lanzamos a las calles a jugar como si tuviéramos ocho años. Pero no solo nosotros, hemos arrastrados a nuestros hijos a que jueguen al trato o truco, algo que jamás estuvo en nuestra historia.
Cuentan que ha sido siempre la gran baza de nuestro país, que aceptamos y aplaudimos lo que nos llega y lo vamos adaptando a nuestra forma de ser. No estoy seguro de que esa batalla la estemos ganando. Estamos ante el día más importante del año para los críos, o por lo menos lo era hace unos años, ese en el que nos íbamos a la cama bien temprano para dar tiempo a que los reyes, entrando por la ventana, en el piso no teníamos chimenea, nos dejaran los regalos. Pero llegaron las películas, los grandes almacenes y sus ansias de vender regalos, y a los reyes les salió la competencia con Papá Noel.
El día veinticinco de diciembre, tras la cena de nochebuena, los críos buscan, junto al pino decorado en esos días, el extraño regalo llegado del norte. Ya no saben a quién hay que mandar la carta, si a los tres Magos llegados de oriente o a Papá Noel que en los últimos años se ha ido haciendo un hueco en nuestros hogares.
Las casas se nos han ido quedando más pequeñas, y con ellas el belén ha ido perdiendo el espacio, su lugar, dejándoselo al árbol, donde unas cajas vacías, una bolas de colores y unas guirnaldas de luces nos quieren traer la creencia de lo que es la felicidad. Esa felicidad que hemos encontrado en otros tiempos en un pesebre, en un barbudo José, una dulce María, una mula y un buey y un recién nacido al que los niños mirábamos, adorábamos y cantábamos: Campana sobre campana y sobre campana una.
Hoy día buscamos los villancicos en internet, y nos conformamos con esas cercanas voces, o nos vamos más lejos, a las canciones navideñas de los americanos, que han copado los mercados a través de las películas que nos ofrecen las televisiones todos los años por estas fechas.
Solo nos queda la cabalgata de Reyes, la que anoche recorría las calles de todas las ciudades y pueblos de lo que aún llamamos España. Es la única que mantiene la ilusión de nuestros críos, y eso que cada año que pasa se parece menos a una cabalgata de Reyes y más a un espectáculo con bichos raros, música, color y unos señores que, desde lo alto de unas enormes carrozas, sentados en grandes tronos, lazan caramelos a esa grey infantil que los mira con arrobo, como si en ello les fuera la vida.
Hay que esperar que nuestros ayuntamientos no pierdan la sana costumbre de la cabalgata de cada cinco de enero, y que los padres, o los abuelos, sigamos enseñando a nuestros hijos y nietos la magia de una noche de reyes, de una amanecer lleno de amor y de regalos.
Espero que esta mañana vuestros hijos sean felices, tanto como lo éramos nosotros cuando aún creíamos, con los zapatos puestos en las ventanas, que los reyes magos venían a nuestras casas cargados con miles de regalos para los niños. Una aclaración, los regalos los cargaban los pajes, no olvidemos que ellos eran reyes, los señores Magos de oriente.
Cuentan que ha sido siempre la gran baza de nuestro país, que aceptamos y aplaudimos lo que nos llega y lo vamos adaptando a nuestra forma de ser. No estoy seguro de que esa batalla la estemos ganando. Estamos ante el día más importante del año para los críos, o por lo menos lo era hace unos años, ese en el que nos íbamos a la cama bien temprano para dar tiempo a que los reyes, entrando por la ventana, en el piso no teníamos chimenea, nos dejaran los regalos. Pero llegaron las películas, los grandes almacenes y sus ansias de vender regalos, y a los reyes les salió la competencia con Papá Noel.
El día veinticinco de diciembre, tras la cena de nochebuena, los críos buscan, junto al pino decorado en esos días, el extraño regalo llegado del norte. Ya no saben a quién hay que mandar la carta, si a los tres Magos llegados de oriente o a Papá Noel que en los últimos años se ha ido haciendo un hueco en nuestros hogares.
Las casas se nos han ido quedando más pequeñas, y con ellas el belén ha ido perdiendo el espacio, su lugar, dejándoselo al árbol, donde unas cajas vacías, una bolas de colores y unas guirnaldas de luces nos quieren traer la creencia de lo que es la felicidad. Esa felicidad que hemos encontrado en otros tiempos en un pesebre, en un barbudo José, una dulce María, una mula y un buey y un recién nacido al que los niños mirábamos, adorábamos y cantábamos: Campana sobre campana y sobre campana una.
Hoy día buscamos los villancicos en internet, y nos conformamos con esas cercanas voces, o nos vamos más lejos, a las canciones navideñas de los americanos, que han copado los mercados a través de las películas que nos ofrecen las televisiones todos los años por estas fechas.
Solo nos queda la cabalgata de Reyes, la que anoche recorría las calles de todas las ciudades y pueblos de lo que aún llamamos España. Es la única que mantiene la ilusión de nuestros críos, y eso que cada año que pasa se parece menos a una cabalgata de Reyes y más a un espectáculo con bichos raros, música, color y unos señores que, desde lo alto de unas enormes carrozas, sentados en grandes tronos, lazan caramelos a esa grey infantil que los mira con arrobo, como si en ello les fuera la vida.
Hay que esperar que nuestros ayuntamientos no pierdan la sana costumbre de la cabalgata de cada cinco de enero, y que los padres, o los abuelos, sigamos enseñando a nuestros hijos y nietos la magia de una noche de reyes, de una amanecer lleno de amor y de regalos.
Espero que esta mañana vuestros hijos sean felices, tanto como lo éramos nosotros cuando aún creíamos, con los zapatos puestos en las ventanas, que los reyes magos venían a nuestras casas cargados con miles de regalos para los niños. Una aclaración, los regalos los cargaban los pajes, no olvidemos que ellos eran reyes, los señores Magos de oriente.