Jesús Almería fue el triunfador de la última Feria de Vera. Aunque torea menos de lo que desea, pero se siente “torero cada hora de cada día del año”
ALMERÍA HOY / 06·01·2023
Jesús Almería fue el triunfador de la última Feria de Vera. Torea menos de lo que desea. Vivir de la profesión es imposible. Sin embargo, dice, “soy torero cada hora de cada día del año”. El maestro nos ha abierto las puertas de su alma y del profundo mundo de la tauromaquia
- ¿A qué suena el toro cuando sale a la plaza?
- A silencio. Y también a miedo, a mi miedo.
- ¿Cómo ve al animal en ese instante?
- Muy grande. Le he confesado la sensación de miedo que infunde, pero, al mismo tiempo, fuera de la plaza echo de menos sus bufidos. Quiero y necesito sentirlos, porque el peor toro es el que no se torea.
- Habla usted de miedo, pero el oficio y la experiencia deben generar confianza.
- La confianza aporta mucho valor, sin embargo, el torero no debe acostumbrarse y salir a la plaza con la rutina del que se sienta ante el ordenador. Cada toro y cada coso son diferentes. Incluso una temperatura o velocidad del viento distinta influye en un mismo escenario a que la faena discurra por derroteros dispares.
- ¿Recuerda la faena que le ha hecho triunfar en la última Feria de Vera?
- Cuando uno participa en pocas corridas se acuerda más y mejor de las faenas. En la pasada feria de San Cleofás en Vera tuve la suerte de que los toros resultaron muy colaboradores. Me ayudaron a olvidar el miedo y sentir la satisfacción de torear ante ellos.
- Describa, por favor.
- Fue la primera corrida de mi temporada. El toro que abrió mi turno resultó muy colaborador y en el segundo busqué la exigencia. Quise demostrar a la afición de Vera hasta dónde puedo llegar. Empecé con dos pases a capote rodilla en tierra. El animal respondió; repetí con otras dos tandas y un par de pases de pecho para rematar con una manoletina.
- ¿Qué sentimiento le despierta el toro toreado?
- No siento tristeza, pero le agradezco su colaboración porque es el cómplice necesario para extasiar a la plaza. Es tan merecedor del trofeo como yo.
- ¿Usted es torero cada minuto del día?
- Sí. La mente la tengo siempre en modo torero. Nunca he dejado de lado al toro. Todos los días hablo de tauromaquia y me preparo constantemente para estar física y mentalmente a punto. Eso no significa que no haya tiempo para todo; es cuestión de organizarse. El día cuenta con 24 horas que deben aprovecharse convenientemente y extraer momentos para la familia, ganarse la vida en otros asuntos y, por qué no, para otras aficiones.
- Al torero le engrandece su juego con la muerte, ¿cómo se vive una cogida?
- Como las faenas y los días, cada cogida es diferente a otra. El dolor siempre está en la mente. Se sufren más las cornadas psicológica que físicamente. Te hacen más difícil volver a ponerte cara al toro.
- Algunos sostienen que el 99% de las cornadas se deben a errores provocados por la confianza.
- No todas son la consecuencia de un exceso de valor o confianza. El toro te puede coger por tener demasiadas ganas de triunfar o querer enmendar una tarde aciaga. El resultado de una faena es, con frecuencia, una cuestión de cara o cruz. Y cuando no estás ‘atorado’, es decir, cuando no toreas de continuo, cuentas con más posibilidades de que te enganche el toro.
- ¿Qué se siente en el instante de la cornada?
- En ese momento no existe el dolor. Nunca esperas la cogida. Durante la faena flota una tensión ente el toro y tú que trasciende a todo lo demás. Si el animal no está cómodo, te embiste. En principio notas un golpe. Después te escuece mucho, pero nada más. Nunca llegas a darle la importancia que realmente tiene. Sólo sientes las ganas de triunfar. Te llevan a la enfermería en volandas y, mientras tanto, estás pidiendo la espada para volver al ruedo, pero el dolor sube poco a poco; inexorablemente.
- Una actitud de pundonor que puede acarrear consecuencias.
- Y muy graves. Dejar una herida abierta sin atender durante unos minutos, ya lo es. Los toreros pecamos de irresponsables cuando, tras una cogida, nos aplicamos a nosotros mismos un torniquete con el corbatín para terminar la faena. No es correcto. En ese momento te estás jugando la vida de manera directa o te pueden quedar secuelas de gran consideración para siempre y, a pesar de ello, el público le resta importancia a lo que te ha ocurrido.
- ¿Cuántas tardes torea cada temporada?
- Yo soy un torero muy modesto. Toreo muy poco y, cuando lo hago, me veo obligado a salir de la barrera con todo el coraje, pero sin el bagaje de los compañeros que adquieren ciertas rutinas con la costumbre de estar todos los días ante el toro. Sin esa experiencia, igual te adelantas demasiado o no has cogido bien el sitio.
- ¿Le gustan otros espectáculos taurinos, ¿los toros embolaos, por ejemplo?
- No. En la plaza existe un respeto que no se encuentra en la calle. El toreo es un arte y una tradición. El toro bravo existe por la tauromaquia, no por el embolado. También hay técnicas muy valiosas, como las de los recortadores. Al igual que las corridas, se celebran de acuerdo a unas bases muy estrictas. Sin embargo, los festejos que tienen lugar en las calles de los pueblos consisten en ver quién perpetra la tontería más grande. Son espectáculos muy diferentes. El toreo es un pulso entre dos que se desarrolla de acuerdo a unas reglas. En cambio, ¿dónde está el mérito de arrimarse a un toro atado por una cuerda?
- ¿Prohibiría esos festejos?
- No. Aunque no soy aficionado a ese tipo de distracciones y tampoco quiero ser cómplice de que se reste capacidad de defensa al animal atándole, no me gusta que se prohíba nada.
- ¿Habla con el toro durante la faena?
- El toreo es una conversación sin palabras entre el torero y el animal. Hay toros que obedecen a tu voz. Otros se enfadan. Unos necesitan más suavidad en el engaño y responden con brusquedad si los tratas con destemplanza.
- ¿Mira al toro a los ojos?
- Por supuesto. Te dicen mucho con la mirada. Unos te desafían mientras que otros se ponen a tus órdenes. También he visto sus lágrimas resbalar por el rostro transmitiendo bondad y nobleza. Los ojos del toro desnudan su alma.
- ¿Cuál es la faena perfecta?
- Yo tengo en mente la faena soñada, no la perfecta. Los más grandes se han retirado tras haber realizado muchas corridas excelentes, pero siempre han pensado que se podían mejorar.
- ¿En qué plaza le gustaría que sucediera esa faena soñada?
- En Las Ventas. Torear allí… Las más completas me han salido en Vera, Roquetas y casi en Almería.
- ¿Cuánto tiempo dedica al oficio?
- Muchísimas horas. Veo vídeos y entreno todos los días. Los espejos son importantes. La estética es fundamental. Tanto la vestimenta como el gesto y saber contener las prisas.
- ¿Reconocería a un torero entre la multitud?
- Creo que sí. De hecho me ha pasado. Hay gente que me ha confesado saber que yo era torero antes de hablar conmigo.
- ¿Quizás por cierto aire altivo?
- Hay quien lo interpreta así. Yo no. Entiendo que hay algo más profundo. Es diferente. Descifra a la persona.
- ¿Tiene animales en casa?
- No.
- ¿No le gustan?
- Al contrario, me encantan. No tengo perros porque me conozco. Sé que les llegaría a querer muchísimo, pero no estoy en condiciones de tratarlos y cuidarlos como merecen. No quiero tener un perro encerrado en casa. Ni él ni yo nos sentiríamos bien.
- ¿A qué suena el toro cuando sale a la plaza?
- A silencio. Y también a miedo, a mi miedo.
- ¿Cómo ve al animal en ese instante?
- Muy grande. Le he confesado la sensación de miedo que infunde, pero, al mismo tiempo, fuera de la plaza echo de menos sus bufidos. Quiero y necesito sentirlos, porque el peor toro es el que no se torea.
- Habla usted de miedo, pero el oficio y la experiencia deben generar confianza.
- La confianza aporta mucho valor, sin embargo, el torero no debe acostumbrarse y salir a la plaza con la rutina del que se sienta ante el ordenador. Cada toro y cada coso son diferentes. Incluso una temperatura o velocidad del viento distinta influye en un mismo escenario a que la faena discurra por derroteros dispares.
- ¿Recuerda la faena que le ha hecho triunfar en la última Feria de Vera?
- Cuando uno participa en pocas corridas se acuerda más y mejor de las faenas. En la pasada feria de San Cleofás en Vera tuve la suerte de que los toros resultaron muy colaboradores. Me ayudaron a olvidar el miedo y sentir la satisfacción de torear ante ellos.
- Describa, por favor.
- Fue la primera corrida de mi temporada. El toro que abrió mi turno resultó muy colaborador y en el segundo busqué la exigencia. Quise demostrar a la afición de Vera hasta dónde puedo llegar. Empecé con dos pases a capote rodilla en tierra. El animal respondió; repetí con otras dos tandas y un par de pases de pecho para rematar con una manoletina.
- ¿Qué sentimiento le despierta el toro toreado?
- No siento tristeza, pero le agradezco su colaboración porque es el cómplice necesario para extasiar a la plaza. Es tan merecedor del trofeo como yo.
- ¿Usted es torero cada minuto del día?
- Sí. La mente la tengo siempre en modo torero. Nunca he dejado de lado al toro. Todos los días hablo de tauromaquia y me preparo constantemente para estar física y mentalmente a punto. Eso no significa que no haya tiempo para todo; es cuestión de organizarse. El día cuenta con 24 horas que deben aprovecharse convenientemente y extraer momentos para la familia, ganarse la vida en otros asuntos y, por qué no, para otras aficiones.
- Al torero le engrandece su juego con la muerte, ¿cómo se vive una cogida?
- Como las faenas y los días, cada cogida es diferente a otra. El dolor siempre está en la mente. Se sufren más las cornadas psicológica que físicamente. Te hacen más difícil volver a ponerte cara al toro.
- Algunos sostienen que el 99% de las cornadas se deben a errores provocados por la confianza.
- No todas son la consecuencia de un exceso de valor o confianza. El toro te puede coger por tener demasiadas ganas de triunfar o querer enmendar una tarde aciaga. El resultado de una faena es, con frecuencia, una cuestión de cara o cruz. Y cuando no estás ‘atorado’, es decir, cuando no toreas de continuo, cuentas con más posibilidades de que te enganche el toro.
- ¿Qué se siente en el instante de la cornada?
- En ese momento no existe el dolor. Nunca esperas la cogida. Durante la faena flota una tensión ente el toro y tú que trasciende a todo lo demás. Si el animal no está cómodo, te embiste. En principio notas un golpe. Después te escuece mucho, pero nada más. Nunca llegas a darle la importancia que realmente tiene. Sólo sientes las ganas de triunfar. Te llevan a la enfermería en volandas y, mientras tanto, estás pidiendo la espada para volver al ruedo, pero el dolor sube poco a poco; inexorablemente.
- Una actitud de pundonor que puede acarrear consecuencias.
- Y muy graves. Dejar una herida abierta sin atender durante unos minutos, ya lo es. Los toreros pecamos de irresponsables cuando, tras una cogida, nos aplicamos a nosotros mismos un torniquete con el corbatín para terminar la faena. No es correcto. En ese momento te estás jugando la vida de manera directa o te pueden quedar secuelas de gran consideración para siempre y, a pesar de ello, el público le resta importancia a lo que te ha ocurrido.
- ¿Cuántas tardes torea cada temporada?
- Yo soy un torero muy modesto. Toreo muy poco y, cuando lo hago, me veo obligado a salir de la barrera con todo el coraje, pero sin el bagaje de los compañeros que adquieren ciertas rutinas con la costumbre de estar todos los días ante el toro. Sin esa experiencia, igual te adelantas demasiado o no has cogido bien el sitio.
- ¿Le gustan otros espectáculos taurinos, ¿los toros embolaos, por ejemplo?
- No. En la plaza existe un respeto que no se encuentra en la calle. El toreo es un arte y una tradición. El toro bravo existe por la tauromaquia, no por el embolado. También hay técnicas muy valiosas, como las de los recortadores. Al igual que las corridas, se celebran de acuerdo a unas bases muy estrictas. Sin embargo, los festejos que tienen lugar en las calles de los pueblos consisten en ver quién perpetra la tontería más grande. Son espectáculos muy diferentes. El toreo es un pulso entre dos que se desarrolla de acuerdo a unas reglas. En cambio, ¿dónde está el mérito de arrimarse a un toro atado por una cuerda?
- ¿Prohibiría esos festejos?
- No. Aunque no soy aficionado a ese tipo de distracciones y tampoco quiero ser cómplice de que se reste capacidad de defensa al animal atándole, no me gusta que se prohíba nada.
- ¿Habla con el toro durante la faena?
- El toreo es una conversación sin palabras entre el torero y el animal. Hay toros que obedecen a tu voz. Otros se enfadan. Unos necesitan más suavidad en el engaño y responden con brusquedad si los tratas con destemplanza.
- ¿Mira al toro a los ojos?
- Por supuesto. Te dicen mucho con la mirada. Unos te desafían mientras que otros se ponen a tus órdenes. También he visto sus lágrimas resbalar por el rostro transmitiendo bondad y nobleza. Los ojos del toro desnudan su alma.
- ¿Cuál es la faena perfecta?
- Yo tengo en mente la faena soñada, no la perfecta. Los más grandes se han retirado tras haber realizado muchas corridas excelentes, pero siempre han pensado que se podían mejorar.
- ¿En qué plaza le gustaría que sucediera esa faena soñada?
- En Las Ventas. Torear allí… Las más completas me han salido en Vera, Roquetas y casi en Almería.
- ¿Cuánto tiempo dedica al oficio?
- Muchísimas horas. Veo vídeos y entreno todos los días. Los espejos son importantes. La estética es fundamental. Tanto la vestimenta como el gesto y saber contener las prisas.
- ¿Reconocería a un torero entre la multitud?
- Creo que sí. De hecho me ha pasado. Hay gente que me ha confesado saber que yo era torero antes de hablar conmigo.
- ¿Quizás por cierto aire altivo?
- Hay quien lo interpreta así. Yo no. Entiendo que hay algo más profundo. Es diferente. Descifra a la persona.
- ¿Tiene animales en casa?
- No.
- ¿No le gustan?
- Al contrario, me encantan. No tengo perros porque me conozco. Sé que les llegaría a querer muchísimo, pero no estoy en condiciones de tratarlos y cuidarlos como merecen. No quiero tener un perro encerrado en casa. Ni él ni yo nos sentiríamos bien.