Nerón, Amérigus y sus tíos maternos


..

SAVONAROLA

Durante la noche del 19 de julio del año 64 se declaró en Roma un incendio que devastó gran parte de la Ciudad Eterna. El fuego se inició en el sureste del circo Máximo. Según Cayo Suetonio y Dion Casio, mientras la ciudad ardía, Nerón, el emperador, cantaba el ‘Iliupersis’ acompañado por su lira.

Cuenta Tácito, mis más dilectos discípulos, que la población buscaba un chivo expiatorio con quien desatar su ira. Empezaron a circular rumores de que Nerón había sido el responsable. Para arrojar de sí las culpas sobre los causantes de las llamas, el emperador acusó a los cristianos y comenzó la primera gran persecución tras la muerte de nuestro Hermano Jesús, el Hijo de Dios.

Se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre fue convicta, no tanto del crimen de incendio, sino de odio al género humano.

Su ejecución fue acompañada de escarnios. Unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas.

Para este espectáculo, amadísimos míos, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, en los que intervenía mezclado con atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su carro. De ahí que, aún castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues daba la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública utilidad, sino para satisfacer su propia crueldad.

El reinado de Nerón, mis queridos condiscípulos, se asocia a la tiranía y a la extravagancia. Además del incendio de Roma y la persecución de nuestros hermanos en la fe, se le atribuye el asesinato de su propia madre, Agripina, y de inducir el suicidio de Séneca, quien fuera su tutor, primero, y asesor después.

Empero no fue el único caso de magnate romano con fama de orate. Era sobrino por vía materna de Calígula, otro emperador que ha pasado a la Historia con notable reputación de perturbado. Ambos fueron, sin lugar a dudas, grandes maestros de la intriga y la conspiración.

Os cuento esta crónica, mis caros hijos del Padre, porque he sabido de ciertos sucesos acaecidos en el más próximo en el tiempo y el espacio imperio carbonero. Ya sé que no ha llegado a incendiarse el pueblo, mas la mente febril de este anciano monje no ha podido evitar la imagen de un césar Amérigus, entogado y entorchado de laureles, desgranando a voz en grito los versos de aquel poema sobre el saqueo de Troya, mientras su centurión Romano Sotius, bien enfundado en elegante túnica o embutido en el uniforme de la banda local, tañía sin descanso el instrumento tallado por Orfeo o, tal vez, la tuba.

No escasean las similitudes entre la gestión de Amérigus y la del sobrino de Calígula, pero me ceñiré a las andanzas del más contemporáneo, que del otro ya hablaron Suetonio, Casio y Tácito infinitamente mejor de lo que pueda hacerlo aqueste fraile.

Diré, amadísimos hermanos, que aqueste césar de hogaño reina en su feudo a pesar de que las posibilidades que tenía para hacerlo en verdad que eran muy escasas. Sus opositores alcanzaron más partidarios que él en el Senado carbonero, no obstante, las discrepancias entre dos de sus adversarios fueron en el momento decisivo más fuertes que aquello que les habían unido contra el actual emperador.

Desde entonces, hijos, míos, Amérigus se sostiene todo lo firme que puede mantenerse sobre los hombros de un senador borracho que cuando bebe y bebe y vuelve a beber, que es su natural más extendido entre la plebe, no duda en hacer valer su autoridad para amenazar e intentar amedrentar mercaderes locales.

No es fácil que lo consiga, pues el empresario carbonero es una especie singularmente resistente e inasequible al desaliento. No en vano es capaz de sobrevivir a una pandemia recibiendo las ayudas del Gobierno local más de un año después de que fueran prometidas.

Sin embargo, al igual que a Nerón, al césar de los carboneros se le acusa de derrochar el dinero público a espuertas y, al mismo tiempo, de mejorar la situación económica de sus funcionarios. En este aspecto, ha logrado aventajar al romano. Ideó la manera de recompensar a los empleados públicos sólo por el hecho de acudir a tiempo a su puesto de trabajo. Y el premio es mayor para aquel que pertenece al partido. ¿Puede alguien mejorar tamaña fórmula de sumar partidarios? No me vengáis, queridísimos hijos del Padre, con que es mejor el convencimiento, que ya nos dijo el pintor que el sueño de la razón produce monstruos y todas las batallas terminan con un ¡ay de los vencidos! Y también de los convencidos.

Pese a ello, los funcionarios huyen despavoridos a la menor ocasión. Tal es el ambiente de terror que impera, muy lejos del suave clima mediterráneo que se supone junto al Mare Nostrum.

Sobre la salud de las cuentas públicas, con que el papel las admita, ¡qué más da! Ya pueden presentar observaciones legiones de interventores y tesoreros y la realidad empecinarse en que se recauda harto menos de lo que se quisiera. La cuestión es cuadrar los intereses, mis queridos hermanos, no las cuentas ¿a quién le importa que sean mentira? Ya vendrá otro que arree.

Y, ya puestos a arrear, hermanos, tal era el deseo del centurión Sotius, quien amagó con partir la cara de un ciudadano, aunque no antes de mandarlo a ser sodomizado.

Como final de fiestas, mis carísimos discípulos, tal vez se propuso regalar a la plebe los fuegos de artificio más espectaculares que jamás se contemplaran. Voto a bríos que se esmeró. La traca pudo ser de órdago. Nada más y nada menos que 3.000 balas confinadas en una caja acorazada sometidas, me dicen, que a Hefesto, el dios del fuego.

El cielo de Carboneras pudo haber brillado esa noche mucho más que el de la Roma del 64. Claro que todas las especies evolucionan con el tiempo ¡Cómo no iban a superar a Nerón y Calígula a nuestro césar Amérigus y su tío materno! Vale.