Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador


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ALMERÍA HOY / 05·07·2019

Tengo leído que Rodrigo Díaz de Vivar, el llamado Cid Campeador, es el español más famoso de nuestra historia. Es posible que sea así, pero de lo que no cabe duda es que se trata de un héroe castellano de leyenda de la España medieval de la segunda mitad del siglo XI. Acerca de su figura, tal vez los mejores estudios sobre su biografía sean los del sabio historiador medievalista español don Ramón Menéndez Pidal con su magnífica reconstrucción histórica de este período, reconstrucción que tiene la vitola de veracidad dada la autoridad de su autor.

En plena decadencia del califato de Córdoba, cuando finalizaba la Alta Edad Media, reinando en Castilla su primer rey, Fernando I el Magno (1035 – 1065), nació Rodrigo Díaz de Vivar, sin que se sepa el año; Menéndez Pidal lo fija en 1041, otros en 1043. Sí parece cierto que nació en Vivar, localidad situada a 7 kilómetros de Burgos, muy cerca de Navarra. Su padre era Diego Laínez, un noble hidalgo; de su madre poco se sabe. Muy pronto quedó huérfano. Así es que su primera infancia se pierde en una nebulosa. Rodrigo, como infanzón de ilustre linaje, se crió con el infante don Sancho al que profesaba una gran devoción, de lealtad inquebrantable. El “Cantar del Mío Cid”, monumento de la lengua castellana del siglo XII, canta las hazañas del héroe castellano.

Antes de morir, el rey Fernando I repartió sus dominios entre sus hijos: Castilla para Sancho; León para Alfonso y Galicia para García. Sus hijas, Urraca y Elvira, recibieron el señorío de todos los monasterios de los reinos con la condición de no casarse, según Menéndez Pidal. Con Sancho II el Fuerte (1065 – 1072), nuevo rey de Castilla, asoman las intenciones de supremacía de Castilla sobre el reino de León; al parecer Rodrigo Díaz participó de la pretensión hegemónica de Sancho. Su amigo, el rey, lo hizo jefe de la hueste real y su alférez. A raíz de un litigio judicial (riepto) con un noble navarro por una villa fronteriza que se disputaban los reyes de Navarra y de Castilla obtuvo el título de “Campeador” (Campi doctor). En los años sucesivos el joven Rodrigo Díaz confirma este título en sus campañas.

No conforme Sancho II con el reparto de su padre se dispuso a rehacer la unidad rota, razón por la que batalló contra su hermano Alfonso de León al que venció en dos batallas: Llantada (1068) y Golpejera (1071), y se apoderó de su reino y lo desterró a la corte del rey moro de Toledo. Igual hizo con su hermano García, que se refugió en Sevilla. Pero la ciudad de Zamora, señorío de Urraca donado por su hermano Alfonso, se resistió a Sancho, y en el asedio un traidor llamado Bellido Dolfos sorprendió al rey y lo mató con su lanza; el crimen produjo gran furor y turbación en los castellanos. Sobre el hecho se decía que el traidor fue incitado por Urraca, hermana del rey (llamada por Menéndez Pidal “la infanta de alma cruel”).

Avisado Alfonso del asesinato de su hermano enseguida se presentó en Zamora y tomó posesión de su reino, y reconocido como rey de Galicia, pero no así por los castellanos que, capitaneados por el Cid, necesitaban estar seguros de que no había participado en la muerte del rey Sancho, de modo que para ceñir la corona el Cid y sus caballeros, en la iglesia ‘juradera’ de Santa Gadea de Burgos, lo obligaron a jurar ser ajeno a la muerte de su hermano. La réplica del Cid fue así: “Pues si vos mentira yurades, plega a Dios que vos mate un traidor que sea vuestro vasallo, así como Vellido Dolfos del rey Don Sancho”. Alfonso y sus doce caballeros tuvieron que aceptar la maldición respondiendo: “Amén”, pero al pronunciar esta solemne palabra el rey perdió el color. Desde entonces el Cid y los suyos fueron leales vasallos del rey. Cabe decir que Alfonso VI el Bravo fue un gran rey. Don García volvió de Sevilla y pretendió recuperar Galicia, pero su hermano Alfonso lo encerró en un castillo donde murió a los diecisiete años de cautiverio.

Alfonso VI, que no disimulaba la ofensa del juramento en Santa Gadea, pero conocedor de la valía de Rodrigo Díaz intentó atraerlo casándolo con una prima suya, doña Jimena, hija del conde de Oviedo. Pero el Cid, desterrado de Castilla y confiscados sus bienes por una incursión suya en Toledo, se puso al servicio del rey moro de Zaragoza. En las victorias que obtuvo se exaltó al máximo el prestigio del caudillo castellano. En este periodo recibió el sobrenombre de Cid, que significa señor. La intervención de Alfonso VI en Zaragoza supuso que el Cid se retirara, pues no quería pelear contra su rey: “Con Alfonso mío señor non querría lidiar”. No debe extrañar que un noble cristiano colaborara con un rey moro. Era algo normal entre musulmanes y cristianos que convivían en territorios fronterizos, cuya amistad entre ellos era corriente.

El desastre que supuso la derrota del rey por los almorávides en la batalla de Sagrajas o Zalaca, próxima a Badajoz (octubre de 1086). Dice Menéndez Pidal que en los campos de Sagrajas, la noche de la victoria Yusuf mandó degollar los cadáveres cristianos, y sobre los enormes montones de cabezas, convertidos en repugnantes púlpitos, los almuédanos anunciaban la oración de la mañana. Tamaña derrota tuvo como consecuencia la reconciliación de Alfonso VI con el desterrado Cid, que le prestó importantes servicios. Al respecto dice el “Cantar del Mio Cid” (versos 2021 y siguientes): “Los hinojos e las manos en tierra los fincó,/ las yerbas del campo a dientes las tomó/ llorando de los ojos, tanto habie el gozo mayor;/ assi sabe dar homildanza a Alfonso so señor.” (Que viene a decir que hincado de rodillas, con las manos en tierra, la cabeza en tierra, llorando con gran gozo; así sabe humillarse ante Alfonso, su señor).

Como las tierras del Levante peninsular estaban divididas en pequeñas taifas, libres del dominio almorávide, fue el escenario de las hazañas del Cid, donde unas veces actuaba por su cuenta y otras en nombre del rey, allí sometió la taifa de Albarracín. Pero de nuevo surgió la disensión con Alfonso VI debido a que el Cid no acudió a tiempo en socorro de Aledo (Murcia), fortaleza cristiana en los dominios musulmanes. Como el rey no aceptó ninguna excusa, al Cid le supuso el destierro definitivo, la privación de sus bienes como si fuera un traidor, incluso fue prendida doña Jimena, esposa del caudillo. Este destierro dio lugar a que el Cid actuara por su cuenta en el Levante, organizó la resistencia contra los almorávides y venció al conde de Barcelona que no quería a los castellanos y se adueñó de la región levantina, cuyos jefes moros le pagaban tributos.

En tanto los fanáticos almorávides, con sus continuas oleadas, y su jefe Yusuf al frente, se apoderaron de Andalucía donde quedaron contenidos y no abarcaron el resto de la península debido al rey de Aragón y al Cid Campeador, no así el rey Alfonso, cuya estrella decaía, que sufrió una grave derrota en Consuegra (15.08.1097), en cuyo desastre pereció Diego, único hijo varón del Cid, que con su hueste acudió en ayuda del rey, con esta pérdida el héroe castellano perdió su linaje. Pero Ben Ayisa, hijo del jefe moro, después de infligir una derrota a los cristianos, se dirigía a Valencia con su tropa cuando se encontró con una hueste del Cid que los aniquiló a casi todos. La venganza del Campeador por la muerte de su hijo se había cumplido.

Solamente el Cid se sostenía en el Levante, el cual, aprovechando los conflictos internos de los musulmanes, primero se apoderó de la fortaleza del Puig y después de la ciudad de Valencia. Doña Jimena y sus hijas acudieron a reunirse con el héroe. Menéndez Pidal recoge del “Cantar del mío Cid” el encuentro: “Vos, doña Jimena, querida mujer tan honrada de mí, y vos, mis hijas, mi corazón y mi alma, entrad conmigo en Valencia, a esta heredad que para vos he ganado.” La situación del Cid al final del siglo XI era muy difícil; dominaba todo el Levante, que había de sostener a fuerza de ánimo y vigilancia. Era muy temido, pero no tenía un solo amigo seguro. Con Alfonso VI la situación era muy incierta, casi siempre en desgracia. El monarca era consciente de que su vasallo Rodrigo Díaz no dependía de su benignidad, lo que le producía un efecto de despecho, cosa que avivaban los señores leoneses, enemigos del héroe castellano. La buena reina Constanza intentó varias veces la reconciliación entre ambos, pero estas avenencias, asumidas por el Cid, eran efímeras. Una nueva pena vino a amargar sus últimos años, fue cuando sus hijas fueron ultrajadas por los infantes de Carrión. En el año 1099 falleció en su capital valenciana el héroe castellano. Su esposa resistió bravamente a los almorávides hasta que llegó el rey Alfonso VI con sus tropas. La ciudad fue al fin abandonada y cayó en poder de los africanos.

El “Cantar del mio Cid” o “Poema del Cid”, que narra las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, es la muestra más antigua de nuestra poesía épica, que al parecer se escribió hacia el año 1140. El profesor Ciriaco Pérez Bustamante en su Compendio de Historia de España hace una breve reseña sobre el Cantar. El primero se refiere al destierro del Cid, su paso por Burgos, donde nadie le quiere recibir por miedo al rey, aunque “De las sus bocas todos dizian una razón/ Dios, que buen vasalo, si ouise buen señor.” Martín Antolínez, “el burgalés cumplido” abastece de pan y vino al Cid y acompañantes, dos judíos le prestan dinero y les deja en prenda dos arcas llenas de arena, que ellos creen de oro y plata. En el monasterio de Cardeña ofrece mil misas al altar de la Virgen y con dolor se despide de su mujer y sus hijas, “como la uña de la carne”. Y se marcha.

El segundo cantar relata el episodio de las bodas de las hijas Cid, que al conquistar Valencia envía al rey Alfonso ricos regalos y le pide que deje que su mujer e hijas se trasladen a Valencia. Los infantes de Carrión, movidos por la codicia, le piden permiso al rey para casarse con las hijas del Cid, y el rey aprueba las bodas, que se celebran en Valencia con gran ostentación, aunque el Cid recela de aquellos orgullosos nobles dada su avaricia y cobardía.

El tercer cantar narra la afrenta de Corpes. Dice que disgustados los infantes por las burlas de que fueron objeto, solicitan permiso del Cid para llevar a sus mujeres a Carrión, pero en el robledal de Corpes las maltratan con las cinchas corredizas y las espuelas y las abandonan por muertas. Félez Muñoz las recoge y se lo comunica al Cid, que dice: “¡Por aquesta barba que nadie non mesó,/ Non lo lograran los infantes de Carrión/ Que a mis fijas bien las casaré yo!”

Pide justicia al rey y reclama la dote de sus hijas y sus dos espadas, “Tizona y Colada”. Martín Antolínez y Pero Bermúdez retan a los infantes; el desafío se celebra en la vega de Carrión y los traidores son vencidos. “¡Grado al Rey del cielo, mis fijas vengadas son! Las ultrajadas damas se casan con los infantes de Navarra y Aragón, y “Oy los Reyes d‘España sos parientes son.”

Añado que, según el ”Cantar del mío Cid”, el caballo del Cid se llamaba Babieca.

Por último decir que los actores Charlton Heston y Sofía Loren protagonizaron la espléndida película: “El Cid”, que contó con el asesoramiento del ilustre medievalista Menéndez Pidal, según se aprecia en la foto.