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JOSÉ LUIS CAMPOS DUASO*
Con motivo de la celebración del día del Medio Ambiente, necesitamos hacernos las preguntas oportunas porque con frecuencia, quienes formamos parte del movimiento ecologista, tenemos la sensación de que la gravedad de los problemas es tan abrumadora que ya no hay tiempo, ni capacidad para solucionarlos. Y acabamos tirando la toalla.
Este mecanismo emocional se activa en multitud de experiencias vitales: ante la pérdida de un ser querido, en los conflictos interpersonales o frente a una alteración traumática de nuestras capacidades, entre muchos ejemplos.
En estos procesos nuestra percepción del mundo se ve dramáticamente transformada, de modo que pasamos de un estado de adaptación al medio aceptable a un nuevo estado que consideramos inaceptable, y que, por tanto, compromete seriamente nuestra adaptación.
Lo que es realmente extraordinario es que todos conocemos casos de personas que han vencido situaciones que se nos antojan claramente insuperables. ¿Cómo es posible?¿Qué mecanismo secreto utilizan?
No conozco ningún secreto para conseguirlo, pero sí pequeños “trucos” que pueden ayudarnos. Y uno de ellos es hacerse las preguntas oportunas y desechar de inmediato las inoportunas. Vayamos a uno de los casos más dolorosos y complejos al que podemos enfrentarnos: la pérdida de un ser querido.
El impacto emocional del duelo por la pérdida de un ser querido nos genera un aluvión de preguntas comprometidas. ¿Por qué ha tenido que dejarnos tan pronto? ¿Hice todo lo que pude por ella, por él? ¿Qué vamos a hacer ahora sin ti?… Son preguntas que, o bien no tienen respuesta, o bien nos conducen a sumirnos en un caos emocional totalmente tóxico. En cambio, podemos plantearnos otro tipo de preguntas mucho más constructivas que pueden movilizar nuestras energías para seguir adelante. ¿Qué hubiera deseado ella/él que hiciéramos a partir de ahora? ¿Qué puedo hacer con el tesoro de maravillosas vivencias que hemos compartido? ¿Cómo honrar su recuerdo?
En el argot ecologista tenemos la [mala] costumbre de hablar en términos de emergencia, urgencia, catástrofe, alteración, crisis, etc., todo ello, desde luego, avalado por sobradas evidencias. Este estado de “emergencia” conduce a muchos simpatizantes al desánimo o, incluso, al conflicto. Parece lógico, frente a cuestiones tan graves como las que solemos plantearnos. ¿Qué hacer para revertir el cambio climático? ¿Cómo eliminar el plástico del planeta? ¿Por qué la gente no es consciente de la urgencia del problema? Ninguna de estas preguntas nos ayuda a avanzar en el ámbito personal (lo cual no quiere decir que no sean cuestiones a tratar en el ámbito colectivo).
Por si no fuera suficiente, una de las características más comunes de los ecologistas es la increíble capacidad para empatizar con Gaia, de sentirnos parte de ella. Esto es casi siempre fuente de sufrimiento o impotencia ante el estado de desastre medioambiental.
Pero yo os propongo algunas preguntas que nos puedan ayudar en nuestro camino, que nos permitan poner en valor un buen número de pequeñas contribuciones positivas que suelen quedar tapadas por tanto problema, que nos permitan conectar con biorritmos, sincronizarnos con todo aquello que amamos. Cada cual, evidentemente, puede buscar las suyas. Las que a mí más me gustan son las que me rescatan de la cruda realidad y me transportan a dimensiones nuevas. Las que abren ciertos canales de percepción. Las poéticas.
¿Cuánto valen los amaneceres y atardeceres que voy a ver?
¿De qué hablan los pájaros que hay en el parque esta mañana?
¿Qué otras personas fueron besadas a lo largo de la historia por el agua ancestral que ahora corre por mis manos?
¿Cómo este aire que yo exhalo puede después alimentar a otros seres? ¿Puedo enviarles amor con mi aliento?
¿Se acarician estos árboles bajo la tierra?
¿En qué idioma es más bella la palabra gracias?
¿Y si la vida fuera al revés, y si lo que hoy hago fuera determinante para mejorar mi infancia?
¿Qué piensa la luna en creciente cuando yo estoy en menguante?
¿Hay esperanza en el aroma de los bosques?
¿Puedo luchar contra el hambre con los frutos de las amistades que cultivo?
¿Hasta dónde penetra la bondad de la mirada de mi anciana, serena, humilde y hacendosa vecina de toda la vida, cuando escucha?
O tal vez: ¿Será Gaia capaz de sanarse con toda su gigantesca energía, a pesar de nuestros desaciertos y aunque no seamos testigos de ello? ¿Acaso no tendrá todavía secretos que nos sorprendan?
No hay límite a las preguntas adecuadas. Pero, como en todo, con el ejercicio se mejora.
La respuesta, ya lo veis, está en las preguntas.
Paz y perseverancia
. *José Luis Campos Duaso es miembro del partido Equo-Verdes.
Este mecanismo emocional se activa en multitud de experiencias vitales: ante la pérdida de un ser querido, en los conflictos interpersonales o frente a una alteración traumática de nuestras capacidades, entre muchos ejemplos.
En estos procesos nuestra percepción del mundo se ve dramáticamente transformada, de modo que pasamos de un estado de adaptación al medio aceptable a un nuevo estado que consideramos inaceptable, y que, por tanto, compromete seriamente nuestra adaptación.
Lo que es realmente extraordinario es que todos conocemos casos de personas que han vencido situaciones que se nos antojan claramente insuperables. ¿Cómo es posible?¿Qué mecanismo secreto utilizan?
No conozco ningún secreto para conseguirlo, pero sí pequeños “trucos” que pueden ayudarnos. Y uno de ellos es hacerse las preguntas oportunas y desechar de inmediato las inoportunas. Vayamos a uno de los casos más dolorosos y complejos al que podemos enfrentarnos: la pérdida de un ser querido.
El impacto emocional del duelo por la pérdida de un ser querido nos genera un aluvión de preguntas comprometidas. ¿Por qué ha tenido que dejarnos tan pronto? ¿Hice todo lo que pude por ella, por él? ¿Qué vamos a hacer ahora sin ti?… Son preguntas que, o bien no tienen respuesta, o bien nos conducen a sumirnos en un caos emocional totalmente tóxico. En cambio, podemos plantearnos otro tipo de preguntas mucho más constructivas que pueden movilizar nuestras energías para seguir adelante. ¿Qué hubiera deseado ella/él que hiciéramos a partir de ahora? ¿Qué puedo hacer con el tesoro de maravillosas vivencias que hemos compartido? ¿Cómo honrar su recuerdo?
En el argot ecologista tenemos la [mala] costumbre de hablar en términos de emergencia, urgencia, catástrofe, alteración, crisis, etc., todo ello, desde luego, avalado por sobradas evidencias. Este estado de “emergencia” conduce a muchos simpatizantes al desánimo o, incluso, al conflicto. Parece lógico, frente a cuestiones tan graves como las que solemos plantearnos. ¿Qué hacer para revertir el cambio climático? ¿Cómo eliminar el plástico del planeta? ¿Por qué la gente no es consciente de la urgencia del problema? Ninguna de estas preguntas nos ayuda a avanzar en el ámbito personal (lo cual no quiere decir que no sean cuestiones a tratar en el ámbito colectivo).
Por si no fuera suficiente, una de las características más comunes de los ecologistas es la increíble capacidad para empatizar con Gaia, de sentirnos parte de ella. Esto es casi siempre fuente de sufrimiento o impotencia ante el estado de desastre medioambiental.
Pero yo os propongo algunas preguntas que nos puedan ayudar en nuestro camino, que nos permitan poner en valor un buen número de pequeñas contribuciones positivas que suelen quedar tapadas por tanto problema, que nos permitan conectar con biorritmos, sincronizarnos con todo aquello que amamos. Cada cual, evidentemente, puede buscar las suyas. Las que a mí más me gustan son las que me rescatan de la cruda realidad y me transportan a dimensiones nuevas. Las que abren ciertos canales de percepción. Las poéticas.
¿Cuánto valen los amaneceres y atardeceres que voy a ver?
¿De qué hablan los pájaros que hay en el parque esta mañana?
¿Qué otras personas fueron besadas a lo largo de la historia por el agua ancestral que ahora corre por mis manos?
¿Cómo este aire que yo exhalo puede después alimentar a otros seres? ¿Puedo enviarles amor con mi aliento?
¿Se acarician estos árboles bajo la tierra?
¿En qué idioma es más bella la palabra gracias?
¿Y si la vida fuera al revés, y si lo que hoy hago fuera determinante para mejorar mi infancia?
¿Qué piensa la luna en creciente cuando yo estoy en menguante?
¿Hay esperanza en el aroma de los bosques?
¿Puedo luchar contra el hambre con los frutos de las amistades que cultivo?
¿Hasta dónde penetra la bondad de la mirada de mi anciana, serena, humilde y hacendosa vecina de toda la vida, cuando escucha?
O tal vez: ¿Será Gaia capaz de sanarse con toda su gigantesca energía, a pesar de nuestros desaciertos y aunque no seamos testigos de ello? ¿Acaso no tendrá todavía secretos que nos sorprendan?
No hay límite a las preguntas adecuadas. Pero, como en todo, con el ejercicio se mejora.
La respuesta, ya lo veis, está en las preguntas.
Paz y perseverancia
. *José Luis Campos Duaso es miembro del partido Equo-Verdes.