La receta de la esperanza

RAMIRO TÉLLEZ

15·05·2015

Basta con recorrer el mapamundi para darse cuenta de una obviedad: los países con menor presión fiscal y mayor libertad individual son los más prósperos, mientras que en el extremo opuesto se sitúan los que tratan a sus habitantes de manera contraria. Existen tratados muy sesudos que intentan explicar este hecho empírico e irrefutable, del que se podrán discutir sus causas pero jamás negarlo, aunque haya quien se empeñe en enmendarle la plana a la evidencia con evidente fracaso. No soy economista y, quizá por eso, después de oír un anuncio radiofónico de la ONCE me vino a la cabeza una idea muy sencilla que creo que ayuda, en mi modesta opinión, a explicar por qué sucede así. Con su venia la presento.

Imaginemos que fuésemos por la calle preguntando a cada transeúnte si le gustaría ganar unos cuantos milloncejos de euros en la Lotería; sería difícil de creer que alguien en su sano juicio rechazase tal posibilidad. «Cuanto más dinero, mejor. ¡Faltaría más!», pensaría todo el mundo antes de aceptar el premio. Sin embargo, como suele ocurrir con frecuencia, la realidad es mucho más compleja y sorprendente. En un artículo de 2012 titulado 'La cara oculta de ganar la Lotería: el riesgo de bancarrota', publicado en FinancialRED, Sara de la Torre nos desvela la paradoja de que, para el 80 por ciento de los agraciados, ganar la Lotería se convirtió en el camino más rápido hacia la ruina. Como dice el citado artículo:

«Los ganadores de entre 39.000 y 118.000 euros se arruinaban entre los tres y los cinco años después de ganarla, mientras que los premiados con premios inferiores a 7.000 euros, los perdían o gastaban al poco tiempo de recibirlo.
Evidentemente, el poder conservar el dinero sin arruinarse, dependerá del tipo de persona y de las decisiones que adopte una vez tenga su fortuna. Sin embargo, de lo que no hay duda, es que el dinero fácilmente ganado, más fácil se esfuma y parece que la mayoría no tienen en cuenta esta premisa».


«¿Adónde quiere llegar?» Se preguntará algún lector. Aquí: ¿acaso el dinero ingresado por las Administraciones Públicas se diferencia del ganado en una Lotería? Yo creo que no. Se trata de un dinero fácil que se ha conseguido sin ningún esfuerzo por parte del agraciado. Es más, todavía en el caso de la Lotería se requiere la bendición de la diosa Fortuna, mientras que las Administraciones Públicas son afortunadas todos los años con certeza matemática. Como dijo Benjamin Franklin, «en este mundo sólo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos».

¿Sorprende, a la vista de esta analogía, la ruina actual de lo público? Al fin y al cabo la clase política se nutre de la sociedad civil, que en un 80 por ciento se arruina en poco tiempo cuando le llega una gran cantidad de dinero fácil, por lo que no es descabellado imaginar que una fracción similar de los políticos esté afectado por el mismo mal. Pero, a diferencia del particular arruinado, que no puede salir del atolladero con ayuda de un nuevo golpe de suerte —Fortuna es muy estricta y no suele conceder dobles oportunidades—, nuestra clase política ha tratado de arreglar el roto volviendo a meternos la mano en el bolsillo con voracidad insaciable. Tanto mayor ésta cuanto mayor era aquél. Sin piedad y sin remordimiento, en un círculo vicioso hasta que al final ni a ellos ni a nosotros nos ha quedado nada: la crisis.

La única posibilidad de defensa que tenemos los contribuyentes ante ese atraco letal consiste en votar sabiamente cada cuatro años. Poca cosa, dirán algunos, pero que bastaría si se hiciese bien. Pero, ¿cómo hacerlo bien? Habrá que elegir entre aquellos partidos que propongan hacer con el dinero público lo mismo que haya hecho ese 20 por ciento que sobrevive al golpe de fortuna inicial. La clave de su éxito radica en que lo tratan con respeto y, en vez de concederse caprichos inútiles, lo invierten en proyectos de menor satisfacción personal inmediata pero capaces de generar renta en un futuro, o que al menos no les genere nuevos gastos. En otras palabras, que lo tratan como si les hubiese costado mucho trabajo ganarlo y sólo se embarcan en proyectos que les permita aumentarlo. Los caprichos vendrán después, siempre que su cuantía no supere a los beneficios y dentro de un orden de prioridades.

Si la administración de lo público se rigiese por estos mismos principios, prosperaríamos. Debemos elegir, por tanto, a aquellos políticos que nos puedan garantizar, dentro de un margen de confianza razonable, que vayan a seguir la receta de poco gasto y bien invertido. Para lo primero la única posibilidad es bajar los impuestos y la presión fiscal, porque sólo forzando al político a tener poco dinero se podrá estar seguro de que se lo pensará dos veces antes de gastarlo. Quedan descartados de esta manera todos los partidos que lo fíen todo al gasto público desmesurado a través de subidas de impuestos. La segunda premisa, invertir bien, es más difícil de evaluar a priori. Generalmente sólo después de gobernar se puede emitir juicio.

Desgraciadamente en España todos los partidos, tradicionales y nuevos, han virado hacia posiciones cada vez más intervencionistas, de manera que los 'centro-derechistas' de hoy son los socialistas de ayer. Bueno, todos menos VOX. No es por casualidad que VOX haya elegido el verde, el verde esperanza, como color identificativo. Ni somos insensatos como para negar la evidencia económica o reinventar la rueda ni soberbios como para querer cambiar lo que funciona. Como se dice en inglés, «si no está roto, no lo arregles». Por eso desde VOX apostamos por la receta que acabo de exponer para que España prospere. Representamos la esperanza del buen juicio. Sólo necesitamos su confianza para demostrarlo.



Ramiro Téllez es doctor en Químicas y profesor de la Universidad de Almería, así como candidato de VOX a la Alcaldía de la capital.