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AMANDO DE MIGUEL
Es muy corriente oír el comentario cortés de “no tengo palabras”. Literalmente, suele ser injusto. La realidad es que, más bien, nos sobran. La prueba es que empleamos más voces de las necesarias. Después de todo, el vocabulario es gratis.
No hay más que ver la cantidad de expresiones de relleno que dejamos caer sin ton ni son en las conversaciones o en los escritos. La favorita es por supuesto. Casi nunca sucede que la frase que sigue haya que suponerla. Se trata de una mímesis del inglés ubicuo. Es sabido que, por misteriosas razones culturales, los angloparlantes andan temerosos de que los otros no les entiendan o entren en conflicto con ellos. Tal ambivalencia o timidez lleva a proferir el por supuesto con ánimo cauteloso o preventivo. En buen castellano, no haría falta repetirlo tanto, pero, la imitación de los modos anglicanos tiene mucha fuerza.
Un caso parecido es el de insistir en la muletilla de como no puede ser de otra manera, que tanto se repite como una especie de cautela o defensa. La realidad es que, en la mayoría de los relatos, las cosas bien pueden ser de otra manera.
Seguimos con el efecto mimético del inglés, que se cuela en las pantallas de la televisión. Ahora, es moda tener que decir hombres y mujeres. En buena lógica, los hombres incluyen varones y mujeres. La cuestión es que, en el inglés actual no hay palabra para hombres (del latín, homo-hominis); men quiere decir varones.
Hay más casos de la influencia larvada del inglés como lingua franca del mundo. Es el caso de desde el minuto uno, esto es, desde el principio. Es la manía de contabilizar el tiempo con la precisión de un reloj.
Hablando de la dimensión temporal, otra expresión viciosa, en castellano, es la de dejar caer la aparente precisión de en un momento determinado. Es una muletilla castiza. Se suele incluir en una narración para introducir un punto de dramatismo, y, así, forzar la atención del interlocutor. Sin embargo, todo acontece en un momento determinado. Es decir, se trata de una expresión ociosa.
No voy a reiterar las estupideces que produce el llamado lenguaje inclusivo. Aportaré el último engendro. Mi amigo Jesús M. Paricio me cuenta haber recibido en su cátedra una circular con este donoso encabezamiento: Estimadxs amigxs. No es un error: la equis equivale, alternativamente, a la forma masculina o femenina. Así, todos (y todas) contentos (y contentas). Es claro que lo inclusivo quiere decir pueril.
Luis Español me sugiere la enorme riqueza de nuestro idioma para describir algo tan expresivo como un golpe. Me señala: porrazo, batacazo, tortazo, entre otros términos con el sufijo -azo. En efecto, la lista sería interminable: cabezazo, puñetazo, estacazo, leñazo, mazazo, etc. Tampoco, es necesario el sufijo en -azo. Hay más versiones de lo que produce un golpe o son sus efectos: costalada, culada, sopapo, bofetón, bofetada, guantada, soplamocos, trompada, torta, galleta, pescozón, capón, coscorrón, mojicón, palo, tozolón, viaje, mamporro. Y eso, sin acudir a expresiones malsonantes o soeces; que de todo hay.
La explicación de tal floresta de voces afines (y se podría alargar mucho más) se debe a que los golpes ajenos nos producen cierta hilaridad. Aunque, pueda parecer injusto o cruel, es algo corriente en las películas cómicas, los números de los payasos de circo, los dibujos animados. Por tanto, al describir tales situaciones, se necesita el adorno de la expresividad, el detalle de la casuística, para producir el efecto del humor. En definitiva, no hay falta de palabras.
No hay más que ver la cantidad de expresiones de relleno que dejamos caer sin ton ni son en las conversaciones o en los escritos. La favorita es por supuesto. Casi nunca sucede que la frase que sigue haya que suponerla. Se trata de una mímesis del inglés ubicuo. Es sabido que, por misteriosas razones culturales, los angloparlantes andan temerosos de que los otros no les entiendan o entren en conflicto con ellos. Tal ambivalencia o timidez lleva a proferir el por supuesto con ánimo cauteloso o preventivo. En buen castellano, no haría falta repetirlo tanto, pero, la imitación de los modos anglicanos tiene mucha fuerza.
Un caso parecido es el de insistir en la muletilla de como no puede ser de otra manera, que tanto se repite como una especie de cautela o defensa. La realidad es que, en la mayoría de los relatos, las cosas bien pueden ser de otra manera.
Seguimos con el efecto mimético del inglés, que se cuela en las pantallas de la televisión. Ahora, es moda tener que decir hombres y mujeres. En buena lógica, los hombres incluyen varones y mujeres. La cuestión es que, en el inglés actual no hay palabra para hombres (del latín, homo-hominis); men quiere decir varones.
Hay más casos de la influencia larvada del inglés como lingua franca del mundo. Es el caso de desde el minuto uno, esto es, desde el principio. Es la manía de contabilizar el tiempo con la precisión de un reloj.
Hablando de la dimensión temporal, otra expresión viciosa, en castellano, es la de dejar caer la aparente precisión de en un momento determinado. Es una muletilla castiza. Se suele incluir en una narración para introducir un punto de dramatismo, y, así, forzar la atención del interlocutor. Sin embargo, todo acontece en un momento determinado. Es decir, se trata de una expresión ociosa.
No voy a reiterar las estupideces que produce el llamado lenguaje inclusivo. Aportaré el último engendro. Mi amigo Jesús M. Paricio me cuenta haber recibido en su cátedra una circular con este donoso encabezamiento: Estimadxs amigxs. No es un error: la equis equivale, alternativamente, a la forma masculina o femenina. Así, todos (y todas) contentos (y contentas). Es claro que lo inclusivo quiere decir pueril.
Luis Español me sugiere la enorme riqueza de nuestro idioma para describir algo tan expresivo como un golpe. Me señala: porrazo, batacazo, tortazo, entre otros términos con el sufijo -azo. En efecto, la lista sería interminable: cabezazo, puñetazo, estacazo, leñazo, mazazo, etc. Tampoco, es necesario el sufijo en -azo. Hay más versiones de lo que produce un golpe o son sus efectos: costalada, culada, sopapo, bofetón, bofetada, guantada, soplamocos, trompada, torta, galleta, pescozón, capón, coscorrón, mojicón, palo, tozolón, viaje, mamporro. Y eso, sin acudir a expresiones malsonantes o soeces; que de todo hay.
La explicación de tal floresta de voces afines (y se podría alargar mucho más) se debe a que los golpes ajenos nos producen cierta hilaridad. Aunque, pueda parecer injusto o cruel, es algo corriente en las películas cómicas, los números de los payasos de circo, los dibujos animados. Por tanto, al describir tales situaciones, se necesita el adorno de la expresividad, el detalle de la casuística, para producir el efecto del humor. En definitiva, no hay falta de palabras.