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ADOLFO PÉREZ
La España del siglo XIX, de principio a fin, no se privó de ningún episodio que convulsionara la vida nacional. Episodios tales como la invasión francesa, el destronamiento de Carlos IV y la guerra de la Independencia (1808 – 1814) marcaron el siglo. Uno de esos episodios fue el reinado del usurpador José Bonaparte, hermano mayor del emperador Napoleón I, que ocupó el trono entre 1808 y 1813.
El intrusismo de José Bonaparte en el trono español se deriva de la última etapa del reinado de Carlos IV (1788 – 1808), persona apacible y bondadosa que le tocó reinar en un momento crucial, con la Revolución francesa primero y después el gobierno de Napoleón. Dada la situación la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, convenció al rey para que nombrara primer ministro a Manuel Godoy, un joven oficial de la guardia de Corps, de Badajoz, de familia noble pobre, que gozaba del favor de la reina la que lo elevó a la cima del poder gracias a sus dotes. La maledicencia pública decía que era amante de la reina, cosa no demostrada.
La cuestión era que Godoy hacía y deshacía a su antojo en los asuntos de Estado, de modo que firmó con Napoleón Bonaparte el tratado de Fontainebleau (27.10.1807), mediante el que acordaron repartirse Portugal. El tratado estipulaba la invasión conjunta franco – española de Portugal, y se permitía el paso de tropas francesas por nuestro territorio. Pero Napoleón tenía otro plan que consistía en apoderarse de la Península. Así es que la “ocupación francesa” con cien mil soldados empezó a realizarse, pero advertidos los españoles en seguida comenzó la guerra de la Independencia. Alarmado Godoy decidió que los reyes viajaran a Andalucía, paso previo para partir a América. Tal noticia junto con la impopularidad de Godoy y su política ocasionaron una revuelta popular respaldada por el príncipe de Asturias, Fernando de Borbón, que odiaba a Godoy. Fue el llamado “Motín de Aranjuez”, ocurrido entre el 17 y 18 de marzo de 1808, ciudad en la que estaba la Corte. El motín ocasionó la abdicación el día 19 de Carlos IV en su hijo Fernando VII y que Manuel Godoy fuera a prisión. Ambos reyes (padre e hijo) pretendieron el apoyo de Napoleón al que convirtieron en árbitro de la situación española. Aunque Bonaparte tenía otros planes respecto al trono español que enseguida ejecutó.
Con engaños y falsas promesas, incluso con la velada amenaza de no ser reconocido como rey, los franceses consiguieron que el incauto Fernando VII accediera a entrevistarse con Napoleón en suelo francés, de modo que el 20 de abril cruzó la frontera y se presentó en Bayona. Aquella misma tarde Napoleón le comunicó que había resuelto destronarle, compensándolo con la corona de Etruria, cosa que dignamente rechazó el rey español. Días después llegaron sus padres, y Napoleón manifestó a Fernando que el único rey legal era Carlos IV a quien estaba obligado a devolver la corona obtenida por la violencia. Fernando VII estuvo dispuesto a abdicar en Madrid ante las Cortes, lo que no se le permitió. Sin embargo, los graves sucesos del 2 de mayo, cuando el pueblo de Madrid se levantó para evitar que se llevaran a Francia a los infantes de España, en Bayona se precipitaron los hechos, el emperador y los reyes padres amedrentaron a Fernando VII, que devolvió la corona a su padre el 6 de mayo, quien, a su vez, la cedió a Napoleón. Carlos IV, su esposa y Manuel Godoy salieron para Fontainebleau y Fernando VII para Valençay donde permaneció confinado los seis años que duró la guerra de la Independencia (1808 -1814). De esta forma la corona de España quedó en manos de Napoleón para que la ciñera su hermano José.
La Historia de España del Marqués de Lozoya y el historiador Juan Balansó en su obra La Casa Real de España nos aportan datos biográficos y curiosos del personaje, junto con una descripción somera de su personalidad. Una vez dueño Napoleón de la corona de España, el 6 de junio de 1808 designó como rey a su hermano José, nacido en Corte (Córcega) el 7 de enero de 1768. Primogénito de los ocho hijos de Carlo Bonaparte y María Letizia Ramolino, familia noble sin bienes de fortuna.
Napoleón era el segundo de los hijos. José cursó estudios de Derecho, pero necesitado de recursos para atender al sustento de sus hermanos se empleó en un comercio de Marsella, ciudad donde conoció a su esposa María Julia Clary, hija de un rico comerciante. En el plan imperial de su hermano a José le correspondió la corona de Nápoles primero y después la de España, a la que llegó con casi cuarenta años. De buena presencia y amable semblante, aunque los españoles solo le veían defectos. Era muy sensual, en Nápoles y España tuvo bastantes amantes, amigo de la vida cómoda y lujosa. Como curiosidad indicar que sentía horror por las corridas de toros y la paella le producía náuseas.
Se cuenta que bajo su apariencia bondadosa y paternal abrigaba el propósito de saquear España. José Bonaparte, de clara inteligencia, era muy receloso respecto de su hermano Napoleón, pues creía que lo que él había conseguido lo debía a su mérito y no al emperador. Estaba convencido de que Napoleón, por envidia o temor de que lo oscureciera su hermano mayor, lo tenía postergado. José se hallaba incómodo y a disgusto pues veía con claridad las cosas de España. Entrando en ella, desde Vitoria y Burgos, le enviaba escritos al emperador que rezumaban amargura y pesimismo, dándole cuenta del trato despectivo de las poblaciones a su paso. Cuando el 20 de julio de 1808 entró en Madrid el recibimiento fue glacial, lo que acentuó su visión amarga de la realidad española. Días después de nuevo escribió a su hermano dándole cuenta de lo que sucedía, y terminaba así: “Los hombres honrados no me son más afectos que los pícaros. No, señor, estáis en un error: vuestra gloria se hundirá en España.” Para atraerse a los intelectuales, antes de llegar a España promulgó el Estatuto de Bayona basado en la constitución napoleónica.
“Joseph premier et dernier” (“José primero y último”), como le llamaba un general francés en sus memorias, no tuvo ninguna posibilidad de gobernar España puesto que, inmerso en la guerra de la Independencia, pasó los cinco años de su reinado de una ciudad a otra, huyendo sin descanso del conflicto bélico, de forma que en ese tiempo residió en Madrid (2 años y medio en 4 veces), Vitoria, Sevilla, Granada, Valencia (año y medio) y Valladolid. Tres meses los pasó en caminos pernoctando al paso en Burgos, Málaga y Jerez y así hasta en cincuenta poblaciones distintas, más diez noches las pasó al raso. Aunque el intruso José designó su gobierno con personajes que se habían significado como partidarios de Fernando VII, contaba con el apoyo de los afrancesados, partidarios suyos y de las ideas napoleónicas. A los afrancesados pertenecieron figuras relevantes de la intelectualidad, que defendían la aplicación de reformas políticas y económicas que modernizaran España. Los afrancesados, “los josefinos”, así se les conocía, eran rechazados por el pueblo. Célebre afrancesado fue el poeta y dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.
José I fue un gobernante animado de las mejores intenciones. Se interesó por las letras y las bellas artes, con la fundación de un museo dedicado a las mismas; asimismo se llevaron a cabo obras en la ciudad de Madrid, cuyo único agradecimiento recibido fue el remoquete de “Tío Plazuelas”. El pueblo le puso varios motes desdeñosos, entre ellos el más célebre y conocido de “Pepe Botella”, cuando resulta que el rey era casi abstemio. Mientras duró la ocupación napoleónica y en contraposición al reinado de José Bonaparte, el 25 de septiembre de 1808 se constituyó en el palacio de Aranjuez la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, máxima institución de gobierno de España, que ejerció todos los poderes en las zonas no ocupadas por los franceses.
Capítulo aparte merece María Julia Clary, reina de España y las Indias, esposa de José Bonaparte con la que tuvo dos hijas, Zenaida y Carlota. Era una señora sencilla y honesta, amable y caritativa, amante de su vida familiar y tranquila. No se ha llegado a publicar semblanza alguna de la que todo lo poseyó. Nacida en Marsella en 1771, su padre era un rico comerciante marsellés, que cuando falleció dejó una inmensa fortuna a ella y a su hermana Desirée, que fue reina de Suecia. Julia Clary tenía treinta y siete años en 1808 cuando su marido, que le llevaba tres, accedió al trono de España. Murió en Florencia en 1845, dejando el recuerdo de una dama bondadosa. Reina de una España hostil en la que nunca estuvo. Esposa traicionada, mantuvo su dignidad ignorando las infidelidades de su marido.
José Bonaparte, aún reconociendo las superiores cualidades de su esposa, le era un consumado infiel. Fueron incontables sus amoríos con mujeres de toda clase y condición: de la nobleza, de renombre, actrices, etc. (al parecer prefería mujeres regordetas). En Madrid disfrutó de los placeres del sexo a pleno rendimiento. Una de sus amantes dijo de él que “era el hombre mejor dotado de la Naturaleza que nunca conocí”. Se contaba que en los cinco años de reinado, José I batió una auténtica marca de disipación. Quizá el amor más romántico lo tuvo con la joven condesa Teresa Montalvo, hermosa cubana, viuda del muy rico cubano conde de Jaruco, pero la dama falleció pronto, en 1810. De sus amantes la más duradera fue María del Pilar Acedo, marquesa de Montehermoso, hermosa mujer otoñal, muy culta, sabía cantar, traducía a los clásicos y hablaba francés e italiano. Su “coronado” marido, que murió pronto, no se dio por enterado, pero el rey lo hizo Grande de España. Con la caída del rey francés la colaboracionista marquesa se casó de nuevo y se instaló en los Bajos Pirineos.
El 28 de junio de 1813, el titulado rey José I de España y de las Indias cruzó la frontera hispano – francesa por Irún a uña de caballo, salvándose de milagro de la persecución de los patriotas españoles, vencedores en la decisiva batalla de Vitoria. En su huida le acompañaban gran cantidad de carromatos atiborrados de joyas de la corona española y obras de arte producto de lo que había hurtado en España. Dice la Historia España del marqués de Lozoya que una de las causas de la pérdida de la batalla de Vitoria en la guerra de la Independencia fue transportar el fabuloso botín del metódico saqueo del reino. Así acabó la usurpación bonapartista del trono español.
El fugitivo rey se instaló en Francia con su mujer y sus hijas hasta la caída de su hermano Napoleón, que marcharon a Suiza donde tomó el título de conde de Survilliers. Retornó a Francia cuando la entrada triunfal de su hermano desde el destierro de la isla de Elba, pero caído de nuevo el emperador en los Cien Días, José se refugió en una hacienda de Filadelfia (EE UU). Su esposa ni quiso ni pudo acompañarlo. Allí continuó con sus devaneos amorosos y una linda cuáquera le dio una hija y una amante francesa le obsequió con un hijo. Veintiséis años después obtuvo permiso para reunirse con su mujer en Italia con la que estuvo tres años, y casi octogenario falleció en el año 1844. Sus restos descansan en los Inválidos (París), al lado de los de su hermano el emperador.
Derrotado Napoleón y huido su hermano José, el emperador firmó un tratado con Fernando VII reconociéndolo como legítimo rey de España, de este modo recuperó el trono español. Su viaje desde la frontera francesa a Madrid fue una marcha triunfal. La carroza real avanzaba rodeada de una masa compacta de entusiastas. Comenzaba así el funesto reinado de Fernando VII el Deseado (1814 – 1833), que si en un principio el pueblo, enfervorizado, lo aclamaba, después ha pasado a la historia como “el rey felón” por su deslealtad, pero esa ya es otra historia.
El intrusismo de José Bonaparte en el trono español se deriva de la última etapa del reinado de Carlos IV (1788 – 1808), persona apacible y bondadosa que le tocó reinar en un momento crucial, con la Revolución francesa primero y después el gobierno de Napoleón. Dada la situación la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, convenció al rey para que nombrara primer ministro a Manuel Godoy, un joven oficial de la guardia de Corps, de Badajoz, de familia noble pobre, que gozaba del favor de la reina la que lo elevó a la cima del poder gracias a sus dotes. La maledicencia pública decía que era amante de la reina, cosa no demostrada.
La cuestión era que Godoy hacía y deshacía a su antojo en los asuntos de Estado, de modo que firmó con Napoleón Bonaparte el tratado de Fontainebleau (27.10.1807), mediante el que acordaron repartirse Portugal. El tratado estipulaba la invasión conjunta franco – española de Portugal, y se permitía el paso de tropas francesas por nuestro territorio. Pero Napoleón tenía otro plan que consistía en apoderarse de la Península. Así es que la “ocupación francesa” con cien mil soldados empezó a realizarse, pero advertidos los españoles en seguida comenzó la guerra de la Independencia. Alarmado Godoy decidió que los reyes viajaran a Andalucía, paso previo para partir a América. Tal noticia junto con la impopularidad de Godoy y su política ocasionaron una revuelta popular respaldada por el príncipe de Asturias, Fernando de Borbón, que odiaba a Godoy. Fue el llamado “Motín de Aranjuez”, ocurrido entre el 17 y 18 de marzo de 1808, ciudad en la que estaba la Corte. El motín ocasionó la abdicación el día 19 de Carlos IV en su hijo Fernando VII y que Manuel Godoy fuera a prisión. Ambos reyes (padre e hijo) pretendieron el apoyo de Napoleón al que convirtieron en árbitro de la situación española. Aunque Bonaparte tenía otros planes respecto al trono español que enseguida ejecutó.
Con engaños y falsas promesas, incluso con la velada amenaza de no ser reconocido como rey, los franceses consiguieron que el incauto Fernando VII accediera a entrevistarse con Napoleón en suelo francés, de modo que el 20 de abril cruzó la frontera y se presentó en Bayona. Aquella misma tarde Napoleón le comunicó que había resuelto destronarle, compensándolo con la corona de Etruria, cosa que dignamente rechazó el rey español. Días después llegaron sus padres, y Napoleón manifestó a Fernando que el único rey legal era Carlos IV a quien estaba obligado a devolver la corona obtenida por la violencia. Fernando VII estuvo dispuesto a abdicar en Madrid ante las Cortes, lo que no se le permitió. Sin embargo, los graves sucesos del 2 de mayo, cuando el pueblo de Madrid se levantó para evitar que se llevaran a Francia a los infantes de España, en Bayona se precipitaron los hechos, el emperador y los reyes padres amedrentaron a Fernando VII, que devolvió la corona a su padre el 6 de mayo, quien, a su vez, la cedió a Napoleón. Carlos IV, su esposa y Manuel Godoy salieron para Fontainebleau y Fernando VII para Valençay donde permaneció confinado los seis años que duró la guerra de la Independencia (1808 -1814). De esta forma la corona de España quedó en manos de Napoleón para que la ciñera su hermano José.
La Historia de España del Marqués de Lozoya y el historiador Juan Balansó en su obra La Casa Real de España nos aportan datos biográficos y curiosos del personaje, junto con una descripción somera de su personalidad. Una vez dueño Napoleón de la corona de España, el 6 de junio de 1808 designó como rey a su hermano José, nacido en Corte (Córcega) el 7 de enero de 1768. Primogénito de los ocho hijos de Carlo Bonaparte y María Letizia Ramolino, familia noble sin bienes de fortuna.
Napoleón era el segundo de los hijos. José cursó estudios de Derecho, pero necesitado de recursos para atender al sustento de sus hermanos se empleó en un comercio de Marsella, ciudad donde conoció a su esposa María Julia Clary, hija de un rico comerciante. En el plan imperial de su hermano a José le correspondió la corona de Nápoles primero y después la de España, a la que llegó con casi cuarenta años. De buena presencia y amable semblante, aunque los españoles solo le veían defectos. Era muy sensual, en Nápoles y España tuvo bastantes amantes, amigo de la vida cómoda y lujosa. Como curiosidad indicar que sentía horror por las corridas de toros y la paella le producía náuseas.
Se cuenta que bajo su apariencia bondadosa y paternal abrigaba el propósito de saquear España. José Bonaparte, de clara inteligencia, era muy receloso respecto de su hermano Napoleón, pues creía que lo que él había conseguido lo debía a su mérito y no al emperador. Estaba convencido de que Napoleón, por envidia o temor de que lo oscureciera su hermano mayor, lo tenía postergado. José se hallaba incómodo y a disgusto pues veía con claridad las cosas de España. Entrando en ella, desde Vitoria y Burgos, le enviaba escritos al emperador que rezumaban amargura y pesimismo, dándole cuenta del trato despectivo de las poblaciones a su paso. Cuando el 20 de julio de 1808 entró en Madrid el recibimiento fue glacial, lo que acentuó su visión amarga de la realidad española. Días después de nuevo escribió a su hermano dándole cuenta de lo que sucedía, y terminaba así: “Los hombres honrados no me son más afectos que los pícaros. No, señor, estáis en un error: vuestra gloria se hundirá en España.” Para atraerse a los intelectuales, antes de llegar a España promulgó el Estatuto de Bayona basado en la constitución napoleónica.
“Joseph premier et dernier” (“José primero y último”), como le llamaba un general francés en sus memorias, no tuvo ninguna posibilidad de gobernar España puesto que, inmerso en la guerra de la Independencia, pasó los cinco años de su reinado de una ciudad a otra, huyendo sin descanso del conflicto bélico, de forma que en ese tiempo residió en Madrid (2 años y medio en 4 veces), Vitoria, Sevilla, Granada, Valencia (año y medio) y Valladolid. Tres meses los pasó en caminos pernoctando al paso en Burgos, Málaga y Jerez y así hasta en cincuenta poblaciones distintas, más diez noches las pasó al raso. Aunque el intruso José designó su gobierno con personajes que se habían significado como partidarios de Fernando VII, contaba con el apoyo de los afrancesados, partidarios suyos y de las ideas napoleónicas. A los afrancesados pertenecieron figuras relevantes de la intelectualidad, que defendían la aplicación de reformas políticas y económicas que modernizaran España. Los afrancesados, “los josefinos”, así se les conocía, eran rechazados por el pueblo. Célebre afrancesado fue el poeta y dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.
José I fue un gobernante animado de las mejores intenciones. Se interesó por las letras y las bellas artes, con la fundación de un museo dedicado a las mismas; asimismo se llevaron a cabo obras en la ciudad de Madrid, cuyo único agradecimiento recibido fue el remoquete de “Tío Plazuelas”. El pueblo le puso varios motes desdeñosos, entre ellos el más célebre y conocido de “Pepe Botella”, cuando resulta que el rey era casi abstemio. Mientras duró la ocupación napoleónica y en contraposición al reinado de José Bonaparte, el 25 de septiembre de 1808 se constituyó en el palacio de Aranjuez la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, máxima institución de gobierno de España, que ejerció todos los poderes en las zonas no ocupadas por los franceses.
Capítulo aparte merece María Julia Clary, reina de España y las Indias, esposa de José Bonaparte con la que tuvo dos hijas, Zenaida y Carlota. Era una señora sencilla y honesta, amable y caritativa, amante de su vida familiar y tranquila. No se ha llegado a publicar semblanza alguna de la que todo lo poseyó. Nacida en Marsella en 1771, su padre era un rico comerciante marsellés, que cuando falleció dejó una inmensa fortuna a ella y a su hermana Desirée, que fue reina de Suecia. Julia Clary tenía treinta y siete años en 1808 cuando su marido, que le llevaba tres, accedió al trono de España. Murió en Florencia en 1845, dejando el recuerdo de una dama bondadosa. Reina de una España hostil en la que nunca estuvo. Esposa traicionada, mantuvo su dignidad ignorando las infidelidades de su marido.
José Bonaparte, aún reconociendo las superiores cualidades de su esposa, le era un consumado infiel. Fueron incontables sus amoríos con mujeres de toda clase y condición: de la nobleza, de renombre, actrices, etc. (al parecer prefería mujeres regordetas). En Madrid disfrutó de los placeres del sexo a pleno rendimiento. Una de sus amantes dijo de él que “era el hombre mejor dotado de la Naturaleza que nunca conocí”. Se contaba que en los cinco años de reinado, José I batió una auténtica marca de disipación. Quizá el amor más romántico lo tuvo con la joven condesa Teresa Montalvo, hermosa cubana, viuda del muy rico cubano conde de Jaruco, pero la dama falleció pronto, en 1810. De sus amantes la más duradera fue María del Pilar Acedo, marquesa de Montehermoso, hermosa mujer otoñal, muy culta, sabía cantar, traducía a los clásicos y hablaba francés e italiano. Su “coronado” marido, que murió pronto, no se dio por enterado, pero el rey lo hizo Grande de España. Con la caída del rey francés la colaboracionista marquesa se casó de nuevo y se instaló en los Bajos Pirineos.
El 28 de junio de 1813, el titulado rey José I de España y de las Indias cruzó la frontera hispano – francesa por Irún a uña de caballo, salvándose de milagro de la persecución de los patriotas españoles, vencedores en la decisiva batalla de Vitoria. En su huida le acompañaban gran cantidad de carromatos atiborrados de joyas de la corona española y obras de arte producto de lo que había hurtado en España. Dice la Historia España del marqués de Lozoya que una de las causas de la pérdida de la batalla de Vitoria en la guerra de la Independencia fue transportar el fabuloso botín del metódico saqueo del reino. Así acabó la usurpación bonapartista del trono español.
El fugitivo rey se instaló en Francia con su mujer y sus hijas hasta la caída de su hermano Napoleón, que marcharon a Suiza donde tomó el título de conde de Survilliers. Retornó a Francia cuando la entrada triunfal de su hermano desde el destierro de la isla de Elba, pero caído de nuevo el emperador en los Cien Días, José se refugió en una hacienda de Filadelfia (EE UU). Su esposa ni quiso ni pudo acompañarlo. Allí continuó con sus devaneos amorosos y una linda cuáquera le dio una hija y una amante francesa le obsequió con un hijo. Veintiséis años después obtuvo permiso para reunirse con su mujer en Italia con la que estuvo tres años, y casi octogenario falleció en el año 1844. Sus restos descansan en los Inválidos (París), al lado de los de su hermano el emperador.
Derrotado Napoleón y huido su hermano José, el emperador firmó un tratado con Fernando VII reconociéndolo como legítimo rey de España, de este modo recuperó el trono español. Su viaje desde la frontera francesa a Madrid fue una marcha triunfal. La carroza real avanzaba rodeada de una masa compacta de entusiastas. Comenzaba así el funesto reinado de Fernando VII el Deseado (1814 – 1833), que si en un principio el pueblo, enfervorizado, lo aclamaba, después ha pasado a la historia como “el rey felón” por su deslealtad, pero esa ya es otra historia.