Es descendiente del rey Witiza, heredero de Alí Ben Ziyad Al Quti, último juez musulmán de Toledo, que salió al exilio mediado el siglo XV, y guardián de la biblioteca del Fondo Kati, que custodia 12.714 manuscritos
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ALMERÍA HOY / 02·06·2019
Ismael Diadié Haïdara, historiador, filósofo, poeta, depositario de un legado centenario consistente en 12.714 manuscritos, de los que 1.102 llevan en sus márgenes 7.126 textos sobre Al Andalus, el sur de Francia, los Imperios de Ghana y Songhai y la familia Kati, transmite una paz y una serenidad que deben ser consustanciales a quienes asumen un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos que les son contingentes. Debe ser el aura construida por tantos siglos al servicio del conocimiento.
“He caminado por el barrio, por la calle en que vivió mi familia. La casa no está, pero he visitado lo que queda del Toledo del siglo XV. El sentimiento es algo ambiguo, el que uno puede tener frente a su propia historia. Toledo forma parte de nuestra historia y volver a esa ciudad, para mi familia, significa enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestro pasado.
Cuando uno llega a una ciudad distinto por el color de la piel, por el acento, por mil cosas, la gran mayoría le ve como a un extraño. Es algo normal. Mi tatarabuelo dijo ‘Hemos salido de Toledo blancos, hoy negros somos y hemos perdido hasta la lengua y todo lo que nos queda es la memoria’. Esto lo dijo a finales del s XVIII, lo escribió en aquellos tiempos y sigue siendo nuestra realidad. Hoy, hemos empezado a recuperar la lengua, no el color, y guardamos la memoria, que es lo más importante, pues una persona es lo que piensa y es su memoria y lo fundamental es menos el color o la lengua”.
Es la voz de quien la historia ha convertido en extranjero universal: “En Mali somos vistos como alguien llegado de fuera. En África tenemos una gran memoria de tradición oral; en la curva del Níger, nosotros somos, y seguiremos siendo dentro de quinientos años más, forasteros, gente que ha llegado de afuera, gente que desciende de personas blancas. Es algo que está en nuestra historia.
Tras la contienda entre cristianos viejos y conversos del año 1467, llamada de los fuegos de la Magdalena, Zaquil Ben Ismail murió, perdimos al guardián de la biblioteca y parte de ella ardió en el incendio. Alí Ben Ziyad, mi antepasado directo, salió con lo que pudo llevarse a África, y por donde pasaba compraba manuscritos e hizo acopio de un cuantioso número. Casó con la princesa Jadiya y su primogénito, Mahmud Kati, fue quien la incrementó con un mayor número de volúmenes. Era sobrino del emperador Askia Mohamed, su tío abuelo era el rey Soni Ali Ber, lo que le daba una situación interesante y él, en lugar de implicarse en la lucha por el poder, se convirtió en bibliófilo, en un sabio, se interesó por la cultura y formó una biblioteca a principios del XVI.
El eje de la biblioteca es el derecho, pues, desde el siglo IX, los Kati han sido una familia de jueces en España y, en África, siguieron la misma tradición, pero a partir de ahí se fueron encontrando y añadieron todo tipo de manuscritos: de Filosofía, Lógica, Matemáticas, Geometría, Poesía, Historia, Geografía…, siempre desde la tradición islámica, incluso las obras del mundo griego vienen a través de la tradición islámica.
El Fondo Kati, como la familia, sufrió todas las vicisitudes de la historia de Castilla. Tras el exilio de Alí Ben Ziyad, la biblioteca se instaló primero en Gumbu, después en Gao, la capital del imperio Songhai. Poco después hubo un golpe de estado palaciego y Mahmud Kati tuvo que dispersar los manuscritos a principios del siglo XVI. A finales de ese siglo, la biblioteca conoció la llegada de los moriscos, como Yudar Pachá, de Cuevas de Almanzora, o Ammar El Fatah, también de Cuevas. Cuando llegaron los moriscos, la biblioteca estaba en Tindirma, pero esta ciudad también fue conquistada y la biblioteca se puso, de nuevo, en peligro, tuvimos que volver a dispersarla. Así ha seguido hasta el duodécimo patriarca, que soy yo. Pude reunificar hace unos años la biblioteca y pensé que, viviendo en un país democrático y tranquilo, como era Mali, por fin la biblioteca podía descansar en un edificio financiado gracias al esfuerzo de Valente, Goytisolo, Saramago, Amin Maalouf, Muñoz Molina y tantos otros escritores que unieron sus esfuerzos al mío para defender la biblioteca y construir un edificio que inauguramos en 2003. Allí pensamos que esta biblioteca podía descansar, pero nos equivocamos, porque en 2012 Tombuctú fue ocupada por los islamistas e independentistas tuareg y, al final, hemos tenido que dispersar de nuevo toda la biblioteca y, desde entonces, vivo en el exilio, primero en Suiza y, ahora, en España.
Mi familia dispersa, la biblioteca desperdigada… en esta situación estoy. Lancé desde Ciudad del Cabo, en noviembre de 2011, un llamamiento, una oración por la paz junto al premio Nobel Desmond Tutu, para decir lo que estaba pasando y lo que podía pasar en Mali y, cuatro meses más tarde, todo el norte fue ocupado.
Conseguimos salvar todo el patrimonio, los 12.714 manuscritos, dispersando la biblioteca, y conseguí que respetaran el edificio. Entraron varias veces para registrarlo, lo rodearon con ametralladoras. Me encontraron allí, iban a buscarme. Soy conocido y significado en Mali por mi labor humanitaria e intelectual. Sabían de mí, he escrito varios libros, ofrecido numerosas conferencias a nivel internacional. Uno de mis libros más polémicos ha sido ‘Los judíos en Tombuctú’, no sólo llevo sangre de los Kati, llevo, también, sangre de los sefardíes, eso se sabe, muchas autoridades llamaron para pedirme que saliera de la ciudad porque mi vida corría peligro y pude salir salvando a cincuenta y cinco mujeres y niños; el fondo Kati tiene un barco y metí a todas las mujeres y niños que cabían y las pude llevar hasta Mopti y, de ahí, en coche hasta Bamako. Fue una aventura muy difícil que me sigue costando mucho asimilar. No sólo el exilio, pues estar en España no es del todo estar en el exilio, estoy casi en casa, aquí he tenido familia, tengo hijas españolas, pero todo lo que ha pasado ha sido muy duro para mí, para la biblioteca y para los manuscritos.
Valente y Goytisolo
He tenido, intelectualmente, un padrino en España, José Ángel Valente. Nuestra relación fue muy estrecha, casi de padre a hijo. Hablábamos a menudo, recibía sus libros, él leía mis escritos, había una complicidad muy grande entre José Ángel y yo, e, intelectualmente, Valente me inició en la poesía del silencio y el quietismo, que es una rama de la mística española, sanjuanista, que llega a Miguel de Molinos en el siglo XVII y que es la cumbre de esta filosofía. Valente redescubrió el molinismo, el quietismo, en los años 70, retomando el manuscrito, haciendo una transcripción más correcta del texto y cuando le hice saber el peligro en que se encontraban los manuscritos surgió en él una verdadera pasión.
Teníamos relación con otros escritores como Edmond Jabès, un poeta judío franco-egipcio, que murió en el 91, de quien Valente tradujo su obra magna, ‘El libro de las preguntas’, y después de su muerte José Ángel, Auster, Derrida, Deguy, Bonnefoy, yo… escribimos un libro, ‘Saluer Jabès’, de homenaje al mayor poeta judío del siglo XX, poco conocido, a pesar de que su obra es una cumbre, tanto de la literatura judía, como de la francesa. La obra de Jabès ha sido introducida por Valente, que le invitó en el año 90 a realizar una gira de lectura de su obra.
Valente dio a conocer la biblioteca. Habló con Pío Cabanillas, entonces portavoz del gobierno de Aznar y responsable de comunicación, habló con todos los periódicos de España y ha sido el auténtico defensor de la biblioteca. Días antes de morir, desde su lecho de muerte, me llamó por teléfono y me dijo ‘Ismael, estoy haciendo mis últimas comunicaciones’ –aquí la mirada se empaña y la voz se rompe- no quiero entrar en detalles, pero sí decir que las últimas palabras que me dirigió eran por el tema de la biblioteca: ‘sigue escribiendo poesía, porque eres un poeta, pero no olvides la biblioteca, merece ser conocida’. Ha sido alguien fundamental para mí.
Con Goytisolo tuve menos relación, pero también respondió positivamente cada vez que necesité su apoyo, y organizamos juntos un homenaje en 2005 a Valente en Sevilla. La influencia que Goytisolo ha tenido sobre mí ha sido menor en el lado literario y filosófico, pero mayor por su propia personalidad, una persona honesta, de una franqueza casi hiriente, pero una persona franca y honesta".
“He caminado por el barrio, por la calle en que vivió mi familia. La casa no está, pero he visitado lo que queda del Toledo del siglo XV. El sentimiento es algo ambiguo, el que uno puede tener frente a su propia historia. Toledo forma parte de nuestra historia y volver a esa ciudad, para mi familia, significa enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestro pasado.
Cuando uno llega a una ciudad distinto por el color de la piel, por el acento, por mil cosas, la gran mayoría le ve como a un extraño. Es algo normal. Mi tatarabuelo dijo ‘Hemos salido de Toledo blancos, hoy negros somos y hemos perdido hasta la lengua y todo lo que nos queda es la memoria’. Esto lo dijo a finales del s XVIII, lo escribió en aquellos tiempos y sigue siendo nuestra realidad. Hoy, hemos empezado a recuperar la lengua, no el color, y guardamos la memoria, que es lo más importante, pues una persona es lo que piensa y es su memoria y lo fundamental es menos el color o la lengua”.
Es la voz de quien la historia ha convertido en extranjero universal: “En Mali somos vistos como alguien llegado de fuera. En África tenemos una gran memoria de tradición oral; en la curva del Níger, nosotros somos, y seguiremos siendo dentro de quinientos años más, forasteros, gente que ha llegado de afuera, gente que desciende de personas blancas. Es algo que está en nuestra historia.
Tras la contienda entre cristianos viejos y conversos del año 1467, llamada de los fuegos de la Magdalena, Zaquil Ben Ismail murió, perdimos al guardián de la biblioteca y parte de ella ardió en el incendio. Alí Ben Ziyad, mi antepasado directo, salió con lo que pudo llevarse a África, y por donde pasaba compraba manuscritos e hizo acopio de un cuantioso número. Casó con la princesa Jadiya y su primogénito, Mahmud Kati, fue quien la incrementó con un mayor número de volúmenes. Era sobrino del emperador Askia Mohamed, su tío abuelo era el rey Soni Ali Ber, lo que le daba una situación interesante y él, en lugar de implicarse en la lucha por el poder, se convirtió en bibliófilo, en un sabio, se interesó por la cultura y formó una biblioteca a principios del XVI.
El eje de la biblioteca es el derecho, pues, desde el siglo IX, los Kati han sido una familia de jueces en España y, en África, siguieron la misma tradición, pero a partir de ahí se fueron encontrando y añadieron todo tipo de manuscritos: de Filosofía, Lógica, Matemáticas, Geometría, Poesía, Historia, Geografía…, siempre desde la tradición islámica, incluso las obras del mundo griego vienen a través de la tradición islámica.
El Fondo Kati, como la familia, sufrió todas las vicisitudes de la historia de Castilla. Tras el exilio de Alí Ben Ziyad, la biblioteca se instaló primero en Gumbu, después en Gao, la capital del imperio Songhai. Poco después hubo un golpe de estado palaciego y Mahmud Kati tuvo que dispersar los manuscritos a principios del siglo XVI. A finales de ese siglo, la biblioteca conoció la llegada de los moriscos, como Yudar Pachá, de Cuevas de Almanzora, o Ammar El Fatah, también de Cuevas. Cuando llegaron los moriscos, la biblioteca estaba en Tindirma, pero esta ciudad también fue conquistada y la biblioteca se puso, de nuevo, en peligro, tuvimos que volver a dispersarla. Así ha seguido hasta el duodécimo patriarca, que soy yo. Pude reunificar hace unos años la biblioteca y pensé que, viviendo en un país democrático y tranquilo, como era Mali, por fin la biblioteca podía descansar en un edificio financiado gracias al esfuerzo de Valente, Goytisolo, Saramago, Amin Maalouf, Muñoz Molina y tantos otros escritores que unieron sus esfuerzos al mío para defender la biblioteca y construir un edificio que inauguramos en 2003. Allí pensamos que esta biblioteca podía descansar, pero nos equivocamos, porque en 2012 Tombuctú fue ocupada por los islamistas e independentistas tuareg y, al final, hemos tenido que dispersar de nuevo toda la biblioteca y, desde entonces, vivo en el exilio, primero en Suiza y, ahora, en España.
Mi familia dispersa, la biblioteca desperdigada… en esta situación estoy. Lancé desde Ciudad del Cabo, en noviembre de 2011, un llamamiento, una oración por la paz junto al premio Nobel Desmond Tutu, para decir lo que estaba pasando y lo que podía pasar en Mali y, cuatro meses más tarde, todo el norte fue ocupado.
Conseguimos salvar todo el patrimonio, los 12.714 manuscritos, dispersando la biblioteca, y conseguí que respetaran el edificio. Entraron varias veces para registrarlo, lo rodearon con ametralladoras. Me encontraron allí, iban a buscarme. Soy conocido y significado en Mali por mi labor humanitaria e intelectual. Sabían de mí, he escrito varios libros, ofrecido numerosas conferencias a nivel internacional. Uno de mis libros más polémicos ha sido ‘Los judíos en Tombuctú’, no sólo llevo sangre de los Kati, llevo, también, sangre de los sefardíes, eso se sabe, muchas autoridades llamaron para pedirme que saliera de la ciudad porque mi vida corría peligro y pude salir salvando a cincuenta y cinco mujeres y niños; el fondo Kati tiene un barco y metí a todas las mujeres y niños que cabían y las pude llevar hasta Mopti y, de ahí, en coche hasta Bamako. Fue una aventura muy difícil que me sigue costando mucho asimilar. No sólo el exilio, pues estar en España no es del todo estar en el exilio, estoy casi en casa, aquí he tenido familia, tengo hijas españolas, pero todo lo que ha pasado ha sido muy duro para mí, para la biblioteca y para los manuscritos.
Valente y Goytisolo
He tenido, intelectualmente, un padrino en España, José Ángel Valente. Nuestra relación fue muy estrecha, casi de padre a hijo. Hablábamos a menudo, recibía sus libros, él leía mis escritos, había una complicidad muy grande entre José Ángel y yo, e, intelectualmente, Valente me inició en la poesía del silencio y el quietismo, que es una rama de la mística española, sanjuanista, que llega a Miguel de Molinos en el siglo XVII y que es la cumbre de esta filosofía. Valente redescubrió el molinismo, el quietismo, en los años 70, retomando el manuscrito, haciendo una transcripción más correcta del texto y cuando le hice saber el peligro en que se encontraban los manuscritos surgió en él una verdadera pasión.
Teníamos relación con otros escritores como Edmond Jabès, un poeta judío franco-egipcio, que murió en el 91, de quien Valente tradujo su obra magna, ‘El libro de las preguntas’, y después de su muerte José Ángel, Auster, Derrida, Deguy, Bonnefoy, yo… escribimos un libro, ‘Saluer Jabès’, de homenaje al mayor poeta judío del siglo XX, poco conocido, a pesar de que su obra es una cumbre, tanto de la literatura judía, como de la francesa. La obra de Jabès ha sido introducida por Valente, que le invitó en el año 90 a realizar una gira de lectura de su obra.
Valente dio a conocer la biblioteca. Habló con Pío Cabanillas, entonces portavoz del gobierno de Aznar y responsable de comunicación, habló con todos los periódicos de España y ha sido el auténtico defensor de la biblioteca. Días antes de morir, desde su lecho de muerte, me llamó por teléfono y me dijo ‘Ismael, estoy haciendo mis últimas comunicaciones’ –aquí la mirada se empaña y la voz se rompe- no quiero entrar en detalles, pero sí decir que las últimas palabras que me dirigió eran por el tema de la biblioteca: ‘sigue escribiendo poesía, porque eres un poeta, pero no olvides la biblioteca, merece ser conocida’. Ha sido alguien fundamental para mí.
Con Goytisolo tuve menos relación, pero también respondió positivamente cada vez que necesité su apoyo, y organizamos juntos un homenaje en 2005 a Valente en Sevilla. La influencia que Goytisolo ha tenido sobre mí ha sido menor en el lado literario y filosófico, pero mayor por su propia personalidad, una persona honesta, de una franqueza casi hiriente, pero una persona franca y honesta".