Las Murallas del Cerro de San Cristóbal

Por su ubicación inexpugnable y enfrentada al cerro de la Alcazaba, el Cerro de San Cristóbal se ha convertido durante siglos en un lugar estratégico para la defensa de la ciudad de Almería


Muralla del Cerro de San Cristóbal. | Fotografía: Jesús Muñoz.

JESÚS MUÑOZ / 13·10·2015

El Cerro de San Cristobal es uno de los enclaves más privilegiados de la ciudad de Almería. Surgido de las estribaciones de Sierra de Gádor, se introduce hasta el mismísimo corazón de la ciudad amainando en la Puerta Purchena, donde se funde con las distintas ramblas que formaban la ciudad.
Sin lugar a dudas, desde su cima se disfrutan una de las mejores vistas de Almería, con la Alcazaba, Cabo de Gata, la Plaza Vieja y los distintos campanarios del Casco Antiguo tratando de no ahogarse entre las moles de las dos etapas de desarrollismo en los años 60-70 y 2000.

Por su ubicación inexpugnable y enfrentada al cerro de la Alcazaba, se ha convertido durante siglos en un lugar estratégico para la defensa de la ciudad. Recuerdo de este carácter militar de sobreviven al paso de los años las imponentes murallas del cerro de San Cristóbal, unidas con la Alcazaba por la muralla de Jayran —la muralla urbana andalusí más larga que existe en nuestro país—. Este baluarte defensivo cuentan que fue cedido a los caballeros templarios que acompañaban a la cruzada que conquistó la ciudad de Almería para Castilla y León en 1147. Tras esto, los almohades plantaron allí su campamento para finalmente arrebatársela al emperador Alfonso VII en 1157. Unos cientos cincuenta años después, en 1309, sería la Corona de Aragón la que intentó conquistar Almería para este reino mediterráneo. En estas murallas plantaría Jaime II las catapultas con las que bombardeó la Alcazaba durante los seis meses de asedio. Recuerdo de este hecho quedan los bolaños que aún se pueden ver por la Alcazaba y el cercano barranco Las Bolas en recuerdo de donde se encontraron los proyectiles. A día de hoy, los restos de murallas corren el inminente peligro de derrumbe provocado por el completo abandono de las autoridades. Lo que no han destruido asedios, bombardeos, riadas o terremotos lo acabará destruyendo la desidia.